FIDBA: 66 Kinos (2016), de Philipp Hartmann

66 Kinos (Alemania – 2016)

Dirección, Guion y Fotografía: Philipp Hartmann / Música: Johannes Kirschbaum / Duración: 98 minutos.

¿DÓNDE HABITA UN FILM?

Si pensara en donde habita un film diría que en la memoria de los pueblos, como los mitos, pero es cierto que en nuestro caso y en casi toda la historia del cine, el film habita primero en la mágica oscuridad de una sala, donde alguien oculto a nuestra vista proyecta una película ante nuestra inquieta mirada.

En este largometraje documental del director austríaco Philip Hartmann, recorremos de su mano y junto con una película de su autoría bajo el brazo, 66 salas de cine ubicadas en dispersos pueblos y ciudades de Alemania. El viaje, que dura más de un año, abarca lugares tan distintos como atrapantes a la vez. Desde la maravillosa Hamburgo hasta el poblado más remoto y campestre; desde una sala de cine diminuta donde entre sillas y sillones hay 18 “símil” de butacas, hasta enormes salas de espesos telones rojos y asientos de centenares. Todas nos abren sus puertas para revelarnos su historia, sus secretos y sus sueños.

Oficiando Hartmann como propio distribuidor de su film,  logra entrar en los rincones de cada sala, y sus recovecos más distintivos, que hacen de cada una un espacio único e irrepetible, lejos de las cadenas impersonales donde todo es uniforme e industrial. Cada espacio es un pedacito de historia del séptimo arte, “este cine se creó en el `53 y casi se cierra en los 90”, “este cineclub lo fundamos en el 2001 cuando compramos la sala”, “este espacio es como un museo, aquí se exhibe una obra y esa obra es el film”, estas son algunas de la infinidad de confesiones de sus dueños que nos relatan el origen  y el sentido de la existencia de estos espacios mágicos como quien habla de su propia identidad, de ese lugar como su cuerpo, del ritual de poner a la luz un film como quien pone a la luz su alma.

Vemos como aún muchos conservan sobre los proyectores de fílmico y narran anécdotas de la laboriosa tarea del proyectorista, o nos muestran fragmentos de celuloide que eran las colas de prueba que venían con las latas de cada film añares atrás, y ellos las atesoran como piedras preciosas. El amor romántico por el celuloide y sus avatares es otra clave del relato, conocer esas épocas de otros espectadores y otros films. Tiempos con distintas costumbres que algunos a capa y espada aún tratan de mantener vivas, de maneras tan diferentes como apasionadas: viajando a buscar films a festivales como pequeños distribuidores artesanales, creando un programa selecto de cine de autor, implementando reglas de cinéfilos donde “no se puede entrar con comida porque películas especiales requieren una atención especial”, mientras que otros construyeron mesitas para cada butaca donde sirven a sus espectadores como si estuvieran cenando en sus propias casas.

Observamos a estos personajes parapetados en las barras y las boleterías, en la cabina de proyección, entre las butacas y ajustando detalles en la sala como si fueran los custodios de estas pequeñas catedrales que albergan centenares de imágenes y sonidos.

Románticos a rabiar batallan contra toda adversidad sin dejarse vencer, y otros, más críticos y analistas del futuro se muestran dudosos de que el cine subsista mucho tiempo más con este modelo histórico. Nos describen la compleja tiranía de las distribuidoras donde el cambio de soporte (de fílmico a digital) no resolvió los manejos monopólicos de quien recibe una copia o no y las tensiones económicas permanentes que los llevan a una conclusión inevitable “hay que repensar el cine”, pero… ¿qué hay que repensar? ¿Solo existirán micro espacios financiados para los que solo puedan exhibir otro cine fuera de las megas salas y sus tanques industriales?, ¿El cine pasará a ser una pieza para ver en los museos?, ¿Morirán las salas y los films solo habitarán en la proyección de una pantalla en los hogares? Ninguna pregunta y ninguna respuesta por más dura que pueda ser o idílica pueda parecer, opaca este retrato del cine dentro del cine.

El director Martin Scorsese cuenta en su documental Un viaje por el cine americano, que siendo de una familia muy católica niega haber dejado los hábitos de la liturgia: “Jamás dejé de ser practicante solo que cambié de templo: el de la iglesia por el de la sala de cine”.

Por Victoria Leven
@victorialeven

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