Entrevista a Daniel Espinoza, director de «Las aspas del molino»

Como muchos jóvenes extranjeros Daniel Espinoza García llegó desde Chile a Buenos Aires para estudiar Cine. Pero su particularidad es que durante dos años vivió en un departamento que se ubica sobre la “Confitería del Molino”. La incredulidad de las personas a quienes le comentaba sobre su provisoria vivienda y el contraste de ella con la iconicidad del edificio, llevaron a Daniel a realizar el documental Las aspas del molino.

La “Confitería del Molino” fue uno de los primeros lugares que conociste en capital. ¿Cómo fue esa primera mirada del lugar y en qué aspectos se modificó cuando fuiste a vivir allí?
En un principio ese lugar era simplemente un espacio viejo cuya única ventaja era la posibilidad de alquilar un departamento mediante una modalidad alternativa a la de presentar una garantía. Después empezaron las preguntas y la incredulidad de la gente respecto de si yo vivía ahí o no. Eso hizo cambiar mi percepción del edificio; la sorpresa se fue transformando en un misterio.

¿Cómo fue el proceso de filmar el documental?
El documental fue tomando forma a medida que lo filmaba y siguió cambiando hasta en el montaje. Me costó mucho encontrar una estructura ya que tenía un material que había grabado en 2007 sin la idea de hacer un documental. Tenía imágenes de algunos inquilinos pero no era material suficiente. Después con el apoyo del INCAA tuvimos financiación y surgió la posibilidad de entrevistar a Esteban Ierardo, Rodolfo Livingston y Luis Grossman. Estos testimonios también le daban forma a la película y, al mismo tiempo, a  la mirada que yo tenía del edificio.

En una entrevista comentaste que te resultó difícil «encontrar la columna vertebral del relato» ¿Por qué fue tan difícil encontrar el eje de la historia?
En un principio porque dudaba si las historias de los chicos que vivíamos ahí podían llegar a ser interesantes. Nosotros éramos solamente estudiantes y nuestra vida no era tan dramática como para llamar la atención. Entonces descubrí que lo que hacía interesantes esas historias era que sucedían en un lugar importante. Después surgió incomodidad por el hecho de contar una historia que no pertenece a mi lugar, ni a mi cultura. El relato fue apareciendo en una especie de búsqueda de un equilibrio entre todas estas cosas que me pasaban y creo que  por momentos es bastante íntimo.

¿Cómo pusiste en funcionamiento los elementos del policial negro en el documental?
Fue algo más estético que estructural. Quizás, el simple hecho de plantear el misterio del abandono en conjunto con una fotografía que retrata dramáticamente espacios lúgubres. Estos elementos dan una «sensación» de policial negro pero eso fue solamente un resultado, no algo planeado desde un principio.

La iconicidad de la confitería se manifiesta como una cuestión relevante, pero no plantea una única mirada.Aparecen los testimonios de gente que pasa por la calle, de quienes viven allí, de un filósofo, de un arquitecto, de la creadora de una agrupación, entre otras. ¿De qué forma esa pluralidad de miradas construye el discurso?
Esa pluralidad era necesaria ya que a través de ella se construía un relato que iba cambiando el eje. Lo que quería lograr con eso era que la historia tuviera más contemporaneidad, que no pasara como una «historia oficial» del edificio. Me interesa ver cómo la gente vive la presencia de ese edificio en la actualidad y desde ahí contar una parte de su historia.

Se evidencia, durante el documental, la idea de contrastes. Por ejemplo, entre el departamento de los jóvenes y el de la señora Antonia Di Caro o entre la oscuridad en el departamento de los primeros y la luz en el de la mujer. ¿Por qué?
Porque quería plantear una mirada acerca de cómo se habitan los espacios. Con esto no me refiero solamente al molino y a vivir en uno de sus departamentos, sino también a cómo uno habita la ciudad. Ahí  aparece el valor de los intentos de preservación de patrimonios arquitectónicos que finalmente revelan una manera de crear cultura. Ese contraste que mencionas, para mí, grafica todos esos conceptos de preservación y cultura pero en hechos simples y cotidianos.

También te vales de elementos periodísticos como las entrevistas y el material de archivo. ¿De qué manera colaboran estos elementos?
Eso también es una manera de contextualizar la condición del edificio y, sobre todo,  la condición de quienes vivían ahí. La gente que pasa todos los días de ninguna manera piensa que arriba viven otras personas.

¿Por qué introducís las marchas frente al Congreso?
Porque eran una parte de la cotidianidad de la esquina. Es como cuando te asomas por tu ventana y ves al gato del vecino pasearse por la medianera. Nosotros nos asomábamos y veíamos marchas.

¿Por qué te incluís dentro de las entrevistas en la filmación ?
Para reforzar la narración en primera persona. Quería que se viera que era la misma persona la que entraba al edificio en el 2007 y la que hacía las entrevistas en el 2011 y 2013. Y que esa persona también cambiaba físicamente.

La escena final es muy dura. ¿Por qué la elegiste para terminar el filme?
Porque retrataba la realidad del edificio que en ese momento no sólo no tenía un final feliz, sino que incluso empeoraba. Era eso: un muchacho que sólo quería vivir tranquilo, le gustaba ese lugar y era capaz de aguantar hasta la lluvia adentro del cuarto con tal de seguir allí.

Por Brenda Caletti
redaccion@cineramaplus.com.ar

 

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