Crítica: Ojo de mar (2019) de Pavel Tavares y Benjamín Garay – BAFICI

Ojo de mar (Argentina – 2019)
BAFICI 2019: Competencia Vanguardia y Género

Dirección: Pavel Tavares, Benjamín Garay / Producción: Lincoln Brown / Guion y Montaje: Pavel Tavares / Fotografía: Benjamín Garay / Sonido: Ignacio González / Música: Jerónimo Kohn / Intervienen: Rudencio Labra, Aladino Merino, Amada de Merino, José Fuentes, Guillermo Vallejos / Duración: 93 minutos.

UNA HISTORIA SIN HISTORIA

Hace unos días escribí una crítica sobre A Volta ao Mundo Quando Tinhas 30 Anos, estrenada en el BAFICI el jueves, en la que recalqué el logro de hacer una película en base a la voz en off casi sin acción dramática. Lo más interesante que tuvo ese filme a mi entender fue forzar los límites de nuestra necesidad de peripecia mostrada, de imágenes que dieran cuenta de movimientos y que hicieran avanzar el relato. Ojo de mar podría ser su (im)perfecto reverso.

A partir de una premisa bastante simple que es observar la vida de un grupo de habitantes del lugar que da nombre al documental, anclado en la hermosa y a la vez dura geografía patagónica, a través de las cuatro estaciones del año. Este postulado, muy evidente, es explicado al final de la película en los créditos desconfiando de sus espectadores y de su propia poética. Cierto es que construir un relato sin palabras, sin diálogos, es un riesgo mayúsculo, pero cuando uno lo acepta debería llevarlo hasta el final, créditos incluidos.

Ojo de mar es una película sin historia, sin conflicto. Es verdad que alguno podrá detectar líneas narrativas y decenas de historias o posibles dramas en esas imágenes cotidianas que se suceden una tras otra como los días, como los meses, como las estaciones. Pero ello se desprende solamente del acto de mostración, sin que por ello interfiera el ojo del director o las ideas del guionista. A pesar de esto, las imágenes son producto de una elección ardua y calculada seguramente, pero en tanto eso se hace evidente pone más de manifiesto las carencias narrativas del filme.

La cotidianeidad de los hombres y mujeres capturados por la cámara habla por sí sola de ciertos conflictos latentes: la pobreza y la relación del hombre con su entorno. Estos personajes pertenecen todos a la misma clase social y seguramente a la misma etnia y, esto sí lo ignoramos en parte, a la misma familia seguramente. Sus trabajos son siempre físicos, artesanales, desgastantes. La narración falla en tanto los personajes no están construidos y si existe un delineamiento de ellos es demasiado sutil. Lo mismo ocurre cuando vemos el fuerte contraste entre el invierno y las demás estaciones del año. Es casi el único momento en que aparecen los interiores de casas que parecen hechas sólo para dormir el resto del año pues todas las actividades se realizan al aire libre. También es la estación donde hace su irrupción la tele, los trabajadores se vuelven espectadores y no actores de la vida. La nieve ocupa el terreno impidiendo el previo discurrir de la vida. Sin embargo, la ausencia de planos en donde las tareas otrora realizadas en los exteriores deban adaptarse al interior hace que el contraste pierda fuerza.

Así y todo, las imágenes del filme están sumamente logradas y son de una potencia poética llamativa, más allá de lo evidentemente hermoso del paisaje. En sus mejores momentos nos puede hacer recordar a los mejores momentos del Herzog documentalista, como el de Glocken aus der Tiefe – Glaube und Aberglaube in Rußland (1993) o The Weel of Time (2003). Incluso en esa comparación se hace más evidente lo que parece faltarle a este documental ya que Herzog, más allá de las entrevistas, es un gran narrador a través de las acciones, que en muchos casos son ficcionadas o manipuladas al extremo – como en el caso de la primera película citada del director alemán en donde el gateo de dos borrachos sobre el hielo es mostrado como la realización de un ritual cristiano. Como decía Federico Fellini: “yo miento para decir la verdad”.

Por Martín Miguel Pereira

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