Crítica: Júlia ist (2017), de Elena Martín

Júlia ist (España – 2017)

Dirección: Elena Martín / Guion: Maria Castellví, Marta Cruañas, Elena Martín, Pol Rebaque / Producción: Tono Folguera, Sergi Moreno / Fotografía: Pol Rebaque / Montaje: Ariadna Ribas / Arte: Oriol Guanyabens / Intérpretes: Pau Balaguer, Julius Brauer, Stefania Kavas, Jakob D’Aprile, Paula Knüpling, Gerd-Otto Forstreuter, Carla Linares, Jonathan Hamann, Elena Martín / Duración: 90 minutos.

SER Y (NO) SER

“Estás como que no tenés idea de nada, ¿no? Porque en tres semanas me pides hacer Skype pero tampoco tienes ni idea de lo que quieres. Pues no sé qué haces ahí, si tan mal estás”. Julia, cabizbaja y con pocos ánimos, no hace más que profundizar su confusión en esa suerte de charla por computadora con Jordi. Ni el programa Erasmus ni Berlín eran lo que esperaba; sin embargo, la conversación deja al descubierto el problema mayor: ella tampoco es la misma chica que vivía en Barcelona un tiempo atrás y no sabe cómo descifrarse.

La ópera prima de Elena Martin explora el pasaje hacia la adultez, la independencia y el autoconocimiento a través de una protagonista que modifica completamente la forma de percibir la vida y a sí misma, desde una postura más segura y estable en Barcelona –vive con la familia, estudia en la universidad, tiene amigas y novio– hacia lo incierto que ofrece Berlín –idioma diferente, conocer una nueva cultura, compartir un cuarto con personas desconocidas, ser responsable de sí misma, estudiar en otra institución y relacionarse con gente de diversos lugares del mundo–; un abanico de vivencias que la joven encuentra excitantes pero complejas y que la directora refuerza con esa oscilación permanente.

De hecho, el viaje interior que plasma Julia ist está sostenido en lo azaroso, en lo inesperado, en el cambio de parecer y en la necesidad de encontrar las raíces. Hay una escena que lleva al máximo estas ideas y es aquella donde Julia se encuentra con varios amigos sobre un puente en la ruta. Primero afirma que Berlín le parece encantador, cuando varias veces se quejó del lugar, y después simula que toma sol como en España. En esos simples gestos, la protagonista no hace más que tomar lo que más disfruta de cada espacio y apropiarse de ello para volverlo íntimo y una cualidad de sí misma.

Las experiencias se profundizan medida que ella empieza a reconocer su cuerpo y se libera de algunos temores. Sin embargo, el clímax llega en el momento incorrecto, justo cuando Julia parece encontrar el camino hacia su propia esencia. La plenitud perdida da lugar al vacío y a una nueva incertidumbre. Después de todo, Berlín era mucho más de lo que ella podía haber imaginado.

Por Brenda Caletti
@117Brenn

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