Crítica: Detrás de la montaña (2018), de David R. Romay – We Are One FF

Detrás de la montaña (México – 2018)
Forma parte del We Are One: A Global Film Fest

Dirección y Guion: David R. Romay / Producción: Luis Arrieta, Tania Benítez, Max Blasquez, Javier Colinas, Marco Polo Constandse, Luis Ernesto Franco / Música: Arthur Henry Fork / Fotografía: Fergan Chávez-Ferrer / Montaje: Joaquim Martí / Diseño de producción: Gabriela Garciandia / Intérpretes: Benny Emmanuel, Gustavo Sánchez Parra, Renée Sabina, Enrique Arreola, Marcela Ruiz Esparza, Daniela Schmidt, Paulina Treviño / Duración: 94 minutos.

Escrita y dirigida por el realizador mejicano David Romay Detrás de la montaña resultó ganadora de la 25 Mostra de Cinema Llatinoamericà de Catalunya. El filme narra el viaje iniciático que emprende un hijo, Miguel, (Benny Emmanuel) hacia la ciudad Juárez, a partir de la muerte de su madre para encontrar y dar muerte a su padre…

Miguel es un joven responsable que cuida a su madre, en realidad, los roles se encuentran invertidos, porque Miguel juega el rol de padre con respecto a su madre, una mujer depresiva a la que vemos en las primeras escenas acostada y con ropa de cama, a la que Miguel debe alimentar, mantener económicamente y sostener emocionalmente.

Él trabaja en una agencia de correos donde lleva a cabo la tarea de escribir a máquina tanto documentos como cartas. Allí, en la agencia Miguel conocerá y se enamorará de Carmela una joven analfabeta que le dicta cartas a él para que luego se las envíe a su novio radicado en la ciudad Juárez.

Un día llegará del trabajo y encontrará a su madre muerta con una carta escrita para su padre Arturo, el hombre que abandonara a su madre en el hospital el día que lo diera a luz. Hasta aquí el relato podría resultar un lugar común o banal. Sin embargo, lo que se desplegará en adelante será un viaje iniciático de un joven en busca de sus orígenes con un tratamiento tan sugerente como despojado, el modo en el que es contada la historia con sus largos silencios, su paso lento, y su logradísima vaguedad conseguirá difuminar todas las certezas que se nos habían presentado en los primeros minutos del filme.

A partir de su desarrollo asistiremos a todas y cada una de las instancias que Miguel deberá enfrentar en la búsqueda del padre. Durante la misma se encontrará con padres sustitutos, el gringo que le dará un abrigo apenas llegado a Juárez, el empleado de la mueblería Los Morales, propiedad de su padre, en la que trabajará junto a José que le brindará el apoyo y la amistad que jamás recibiera de su progenitor.

Con reminiscencias de la gran novela latinoamericana, “Pedro Páramo” (Juan Rulfo, 1955), en su ritmo, en la rispidez del paisaje, y en la vaguedad de la historia, el filme nos llevará al mismo centro de aquella novela, la orfandad, traducida en la soledad del personaje central. Las ansias de vengar la muerte de su madre no menguaran ni un ápice, ni siquiera frente al amor de Carmela que logra ganarse haciendo una vez más de padre, ahora de la joven, aparentemente abandonada por su novio. Miguel no sólo la alimentará y cuidará como habría de hacer con su madre, sino que además le consagrará un amor incondicional y desinteresado.

Esta historia, simple en sus lineamientos pero poderosa en sus resonancias y en sus implicaciones, deberá ser reconstruida por el espectador, paso a paso, como si en cada objeto y en cada gesto o palabra perdurara un atisbo del pasado, de hechos perdidos que deberán ser recuperados y descifrados para comprender esta historia que se irá difuminando a medida que avanza desplegándose entre la piedra y el polvo…

Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico

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