Crítica: Ituzaingó V3rit4 (2019), de Raúl Perrone – BAFICI

Ituzaingó V3rit4 (Argentina – 2019)

Dirección, Arte y Montaje: Raúl Perrone / Guión: Raúl Perrone, Fernando Sdrigotti / Producción: Raúl Perrone, Pablo Ratto, Oscar Purita / Fotografía: Raúl Perrone, Lara Seijas, Alejandro González / Sonido: Emma Echevarría / Música: Negro Dub, Che Cumbe, Andrés Villaveiran / Intérpretes: Gustavo Prone, Sofía Gelpi, Nerina D’Ambrosio, Inés Urdinez, Sandra Paz, Cristian Jensen / Duración: 93 minutos

Ir a ver una película de Raúl Perrone es un acontecimiento, algo que me evoca las escapadas en mi juventud a un cineclub donde ibas expectante contando los minutos para encontrarte con una obra que sabías que te generaría desconcierto. Y el cine de Perrone desconcierta, en el mejor de los sentidos, juega con el asombro del espectador a través de su expansiva libertad narrativa.

La esperada suerte del encuentro con Ituzaingó V3rit4 se completó en la mesa de un bar hablando con “El Perro” y como si esa mesa fuera una de las tantas mesas de bar de sus tantas películas, me dejó sobre ella algunas reflexiones sobre su película y sobre la vida. Habló de su paródica mirada en este filme que trae al presente algo del humor de sus primeros relatos, ese humor que siempre aparece para afilar una crítica inteligente, en este caso, a la banalidad que circula en el mundo del cine, al esnobismo eterno, al mundo de la selfie como automatización de una imagen vacía, a “la pavada” como diría el Perro cuando está enojado, pero eso sí, con una mirada amorosa, porque hasta a los pequeños monstruos que crea y recrea los ama, los encuadra con maestría, los ilumina como nadie logra hacerlo y los invade con una música que dilapida cualquier chance de leer su cine en una sola capa.

Afirma también esta película homenajea el reencuentro 20 después con Gustavo «el negro» Prone su actor de películas como Graciadió y 5 pal peso.

Eso no solo habla de que sus nuevas obras dialogan con sus filmes anteriores en términos analíticos, sino que Perrone sostiene su pasión con fidelidad, uno no ama cualquier cosa uno ama lo que ha construido a lo largo de toda su vida. Y el “El Perro” hasta cuando expone su crítica más filosa ama, pues ama el cine desde las entrañas y ama a los seres eternos que allí habitan.

Ituzaingó V3rit4 es una parodia bella y radical sobre la infinita capacidad humana de actuar y vivir la estupidez, y de lo que de ella deviene. El marco para ver como eso toma forma y color es el universo del cine en su estado más circense, siguiendo a un grupo personajes – que se hacen llamar cineastas- paso a paso en su derrotero por las noches banales de una Ituzaingó a la italiana plena de esnobismo, superficialidad e impostura.

Este rejunte de quienes dicen ser actores, directores, productores o algo similar a eso, se expone en los diálogos donde los delirios de grandeza, las fantasías megalómanas y la retórica de la superficialidad al mango dominan el juego de estas criaturas que viven una vida para la foto. El recurso de los diálogos y su perfil paródico traen al relato de Perrone esos aires de comedia y de filosa ironía de los filmes citados al inicio de la nota, aquellos donde (como ahora) el Negro Prone fue actor fundamental. Así las puntas del tejido de la carrera de este vasto cineasta se unen en una misma trama continúa. Sus filmes son todos distintos unos de otros, pero eso es solo apariencia, los lazos que anudan a unos con otros son muchos y magistralmente sutiles.

Pero el diálogo es solo una parte del mecanismo de la parodia, hay otros resortes visuales tan contundentes como los textos. Uno de ellos, a la hora de poner en escena la pandemia fotográfica llevada al mundo de estos seudo cineastas es la pulsión sin límites hacia la selfie, todo en Ituzaingó V3rit4 es meritorio de ser registrado con una selfie. Ese goce narcisista patológico de orden pandémico es acá un recurso clave para mostrar que todo está hecho para ser exhibido, no digo con esto mirado u observado por sus personajes, sino que registrado y expuesto por mera compulsión. Y todo es todo, da igual fotografiar a un muerto en el jardín a un primer plano de la rubia de turno con copa en mano. El milagro Perroniano se produce cuando de este resorte como crítica genera un momento en que todo se detiene, y crea un vacío lleno de belleza, al mostrarnos a un hombre y una mujer en la soledad de la noche sentados en un banco de plaza mirando hipnotizados “algo” en el celular. Solo la luz del teléfono los ilumina, y entonces, la idea de soledad, de alienación y de sumisión tecnocrática hacen explotar la pantalla.

Como me dijo El Perro tomando un café “Ituzaingó es italiana”, esa estructura de que todo lo social gira alrededor de una plaza, la piazza, la fuente, los bares con mesas atestadas de gente en la vereda, las maneras, y si, todas esas tradiciones juntas nos hablan de Italia. Perrone muchas veces nos narra desde aquel cine primero que ha visto y que lo ha traído a esta pasión inmensa sin necesitar copiar ni repetir, pues está en su sangre y en sus sueños. Su cine siempre nos habla del cine, de otro, de todos los cines ausentes. En este caso en el habitan los tres grandes tanos que son parte de su historia (Fellini/Pasolini/Antonioni) y aparecen como una marca más, una huella en este relato atemporal. Porque si hay algo magistral en todo este circo es su condición de no- tiempo. Sucede hoy y la tecnología da cuenta de ello, es la Ituzaingó de ahora y a la vez la de siempre, el vestuario sublime y estilizado nos da una mirada del mundo de aquel glamour de los años 60, y la ciudad aunque es del conurbano de Buenos Aires está filmada como una Roma eterna que atraviesa el inconsciente colectivo.

El clima de esta película totalmente nocturna, muy poco común en sus filmes, nos envuelve en un blanco y negro de claroscuros profundos con una fuerza expresiva que arrasa la mirada, a la vez que incrustada bajo ese abanico de luces y sombras vibra una banda musical distorsiva y armónica que pone en duda cualquier certeza de la imagen. Como es un artista se toma todas las libertades que debe tomarse y por momentos nos enceguece con varias explosiones de luz blanca en la pantalla a pleno mientras que nos envuelve con sus encuadres íntimos y su calidad de retratista nato, algo que solo es comparable con los grandes maestros de la pintura y la fotografía.

El filme circula casi en su totalidad en ese blanco y negro expresivo y denso que retrata a estos seres vacíos que hacen gala de su banalidad sin fin. Ellos que ríen al hablar de un cine independiente con frases hechas, o de un cine comercial con otras conclusiones de manual, son contrastados por un breve pasaje en color unos pocos minutos sobre unos planos fuera de foco donde se leen varios pensamientos del director, del cual elijo uno entre tantos para finalizar este texto: “El cine implica una subversión total de los valores, un trastoque completo de la óptica, el cine es más cautivante que el amor”.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria

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1 COMENTARIO

  1. Las apreciaciones sobre la película —tal vez empañadas por la admiración—, vaya y pase… pero los «varios pensamientos del director», que en realidad son de Artaud…

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