Crítica: Columbus (2017), de Kogonada

Columbus (Estados Unidos – 2017)

Dirección, Guion, Edición: Kogonada / Fotografía: Elisha Christian / Dirección de Arte: Diana Rice / Música: Hammock / Producción: Andrew Miano, Aaron Boyd, Danielle Renfrew Behrens, Chris Weitz, Giulia Caruso, Ki Jin Kim / Intérpretes: John Cho, Haley Lu Richardson, Parker Posey, Michelle Forbes, Rory Culkin / Duración: 101 minutos.

Esta película es la ópera prima de un ensayista y cineasta Norteamericano de origen Coreano. Prestigioso por sus trabajos para la colección “Criterion” que edita películas y sus respectivos materiales extra de le mejor del cine de todos los tiempos.

En esta primera jugada de Kogonada como director de un largometraje de ficción se presentan a la vez varios factores que hacen del filme en su totalidad una obra exquisita en algunos aspectos y demasiado pretenciosa en otros.

La historia se dispara cuando un famoso erudito en las artes de la arquitectura se enferma estando al borde de la muerte y su hijo Jim con quien ya casi no tiene contacto se ve obligado a ir a Columbus, una pequeña ciudad de Indiana, al Oeste de los Estados Unidos para hacerse cargo de ciertas cuestiones frente a la convalecencia crónica de su ancestro.

Allí se reencuentra con quien es la mano derecha de su padre, una mujer de mediana edad que tal vez haya sido amante de su padre, y que parece haber mantenido con Jim algún tipo de vínculo amoroso. Y en la biblioteca pública de Columbus conoce a Casey una joven de 20 años amante de la arquitectura que batalla en su vida con qué hacer con su futuro académico.

Ambos se relacionan de manera muy cercana recorriendo la ciudad y sus atractivos espacios arquitectónicos. A su vez que vamos viendo como el verano se disuelve en esa serie de encuentros que progresan en intimidad.

Pero no podríamos afirmar que sea Jim el protagonista central, ya que de Casey conocemos tanto o más que de la vida del joven: fundamentalmente vemos el especial vínculo con su madre y con su mejor amigo.

La película tiene como debilidad que lleva al hastío el hecho de que se sostiene por una deriva infinita de diálogos pretenciosos, intelectualoides  y extensos. Hay muy pocas escenas sin texto que, debido a la fuerza visual del filme, son mucho más potentes.

La maestría de Kogonada es incuestionable en lo que al esquema visual respecta. Su poder compositivo es de una síntesis y una belleza digna, como dijo en la presentación el programador Pablo Conde, de compararlo con los mejores “haiku”, aquel famoso modelo de poema japonés excelso por sus pocas palabras y su máxima expresión metafórica. Ojalá hubiera logrado esa síntesis otros aspectos del filme.

Por Victoria Leven
@victorialeven

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