Entrevista a Hernán Khourian, director del filme “Acá y Acullá”

Este pequeño documental revisa de manera diferente – que la media de los documentales de corte revisionista histórico – un tema aún no suficientemente puesto sobre la mesa, el del relato construido sobre el genocidio armenio. La trama de cómo se construye la memoria de la diáspora armenia que es muy diferente a la de otras culturas diezmadas como la del judaísmo, nos exige seguir ahondando de diversas maneras en ese pasado lejano y tejiendo nuevos sentidos para este presente metamórfico. Sobre el espacio del aula en el mítico colegio armenio Jrimian, el realizador, investigador y docente Hernán Khourian construye una personal dialéctica para investigar en el marco del universo escolar las relaciones posibles entre la memoria y la pertenencia para estas nuevas generaciones.

-Contame como se gestó este proyecto conjunto de Taller de cine en una escuela y un documental a la vez.
-El aula realmente más que un punto de partida fue un punto de llegada. Yo había comenzado años anteriores filmando las marchas del 24 abril, día de la memoria del genocidio armenio, y creía que era por ahí, por el ámbito del espacio público donde encontraría el material que buscaba pero no resulto así. Seguí investigando, haciendo preguntas y fue así que me enteré sobre el proyecto que el colegio Jrimián realizaba de un 24 a otro 24, uniendo ejes como “el terrorismo de estado en Argentina en la dictadura cívico militar y el genocidio armenio”. A partir de eso me pareció que un espacio simbólico interesante podía ser el aula.

Después de años de docencia pensé que esta manera de abordar el proyecto unía dos líneas muy claras de mi carrera. Por un lado mis años documentalista y por otro mis años de docencia en el espacio de la universidad y en este caso se daba un lugar de investigación en el ámbito escolar en el que se entrejen un montón de cuestiones que me permitían explorar otro tipo de proximidad y de pertenencia a la diáspora. Podía traer de otra manera a ese escenario que puede ser el aula mi propia pertenencia, porque si bien mis dos abuelos fueron sobrevivientes del genocidio, yo me crié en La Plata donde no hay escuelas armenias por lo que siempre fue más fragmentada la forma de mi pertenencia. Por eso el aula me permitía un juego construido sobre una serie de preguntas articuladas para una nueva generación. Y podía al mismo tiempo unir a las generaciones anteriores que si tienen una relación más directa como en el caso de Ana Arzoumanian, ex alumna del Jrimián y su libro El depósito humano, una geografía de la desaparición, que es un referente para mí investigación.

A partir de este cruce de pertenencias pude poner de manera explícita todo lo que quedaría implícito en el documental y me permitiría revisar como se contó – a través de algunas imágenes y algunos imaginarios- esta historia, esta tragedia. Para volver sobre “el cómo se relató y cómo se relatan hoy” el genocidio y la diáspora.

-Tu documental discurre en el espacio simbólico del aula pero en este caso el tipo de aula es singular, tu aula es juvenil y escolar. ¿Qué pensás que te aportaron estas dos marcas del aula elegida para tu documental?
-El trabajo en una universidad hubiera sido muy distinto, ahora que lo pienso es un posible “Acá y Acullá dos…” (risas) Volviendo al aula escolar lo que ofrece abiertamente es un pensamiento en estado latente. Este era el desafío del aula en el colegio primario y secundario, porque más que ir al aula como el lugar del conocimiento y como lugar de poder – en el marco del aula universitaria – acá era ir al conocimiento en un estado incipiente, donde se puede armar y se puede desarmar de manera más explícita y directa. Por eso las primeras preguntas que aparecen en el documental son ¿Qué es el cine? por ejemplo, y se van declinando en profundidad en otras preguntas como ¿Qué es la diáspora?, para avanzar hacia el final a una poética en la que tenemos que “desenterrar la tierra”, porque la imagen es esa, que el lugar de este modelo de aula nos permita pensar que estamos arando la tierra. El documental propone esa imagen, la de mover la tierra y poder detenernos para ver, ver que es una semilla, que es una raíz, y que en realidad más que una semilla hay rizomas.

-Como documentalista sabés que trabajar el concepto de lo pedagógico en un filme suele ser un terreno difícil pues se trata muchas veces de evitar que el documental se transforme en una “enseñanza”. ¿Como abordaste este punto en particular?
-Hubo distintas etapas que me permitieron procesar como elaboraría lo pedagógico en esta película. Pude trabajar en el colegio y en el aula con mucha libertad lo que me permitió, y lo agradezco, poner en práctica una forma que ya estaba planteada en el guion. Ahí había construído como se articularían una serie de preguntas clase a clase. Aunque no sabía exactamente como el guion y el documental iban a terminar yo tenía esta progresión, con ella iba armando un arco de una clase a otra donde iba a dar determinadas herramientas para tomar conciencia de que estábamos contando y como se haría, pero a la vez que eso sucedía en el aula se construía en sí mismo la totalidad del documental. Esa peculiaridad es lo complejo de Acá y acullá, que la construcción de lo que estás viendo de manera polisémica va dialogando con la idea propia del taller, a la vez que con la forma misma del relato fílmico en proceso. Por eso todas estas ideas terminaron de estar claras y decantar en la etapa de edición, ya que la post producción del proyecto llevó muchos meses por la modalidad que el material proponía. El documental tiene cierta forma de laberinto o de multicapas, capas que ya se inscriben desde lo formal, este tipo de expresión narrativa ya viene de mis trabajos anteriores pues en mi carrera tengo un abordaje más que nada sobre lo experimental y sobre el ensayo, por eso, esa inscripción en capas y con superposiciones es algo ya propio de mi bordado. Esa multiplicidad de Acá y acullá es parte de su complejidad y ante todo de su desprejuicio.

-Me gustaría saber cómo fue el proceso en el que tomaste las decisiones formales que le dan ese “acabado” que une forma y contenido al documental y que es tan distintivo.
-Esta forma puede estar especialmente ligada a la estética de trabajos anteriores míos, pero Acá y acullá es muy distinto porque tiene una síntesis de orden formal mucho mayor que mis obras anteriores. En este documental esa forma polisémica y entretejida va y vuelve a través de los relatos de las distintas voces de los participantes, pero por otro lado, está esa voz que es el vínculo entre las partes y ahí se instala el recurso del collage que lo que hace es evidenciar las operaciones del lenguaje para ponerlas en primer plano y dejar en claro que no hay un único punto de vista posible para contar la diáspora, ni un poema posible, ni una pintura posible. Un poco la idea es tomar este trabajo como un organismo vivo mutante, que no tiene una forma lineal, que no tiene un cuerpo reconocido pero que si tiene algo ligado a la emotividad que es su singularidad.

-La pregunta que elegís para cerrar es acerca de la imaginación y no de un saber de otro orden, cuando les preguntas “¿Cómo te imaginás armenia?” ¿Qué elegís dejar como último retazo para el espectador?
-Con ese final que parece más bien un comienzo reafirmo la idea de subvertir algunas estrategias que ligan al documental como género y abrir otro espacio para darle al espectador un lugar para construir su propio sentido. Por eso confío más a lo que se evoca o lo que se convoca en cuanto a un sentido. Y poder darle un lugar de importancia a esos silencios, a esos rostros y al imaginario de esos chicos y chicas para componerse en ese final que es, como un… “esto continuará”, como una imagen de la resistencia.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria

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