Crítica: The house that Jack built (2018), de Lars von Trier – BAFICI

The house that Jack built (Dinamarca / Francia / Alemania / Suecia / Bélgica – 2018)
BAFICI 2019: Panorama – Trayectorias

Dirección y Guion: Lars von Trier / Producción: Louise Vesth / Fotografía: Manuel Alberto Claro / Montaje: Jacob Secher Schulsinger, Molly Malene Stensgaard / Diseño de producción: Simone Grau / Dirección de Arte: Cecilie Hellner / Intérpretes: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Siobhan Fallon Hogan, Sofie Gråbøl, Riley Keough, Marijana Jankovic / Duración: 152 minutos.

CUANDO LO IRREVERENTE SE VUELVE REACCIONARIO

Lars Von Trier ha formado su carrera en base a polémicas y rebeldías, aunque no por ello desdeñando la calidad cinematográfica. Ese afán de siempre escandalizar, siempre perturbar ha ido de la mano (casi necesariamente) de una reformulación constante de su cine. Se pueden decir muchas cosas de Von Trier pero no que ha sido un cineasta anquilosado en una fórmula. Cada trilogía que ha ido desarrollando (Europa, Corazón de oro, EEUU y Depresión) ha ido de la mano con una poética específica y exacerbando en cada una algún elemento de las marcas de enunciación que lo convierten en un autor.

Pero los tiempos cambian y muchas veces las personas no siguen ese ritmo y lo que en un momento fue de avanzada termina quedando vetusto. La irreverencia deja de ser graciosa y ácida para convertirse en rancia y reaccionaria. La rebeldía se vuelve reacción. Lo más llamativo es que el propio director parece haberse dado cuenta de este cambio en el zeitgeist y, en lugar de afrontarlo manteniéndose firme en su posición, acusa el golpe. Nada sino eso es la introducción de un personaje completamente innecesario como el que interpreta Bruno Ganz (afortunadamente no fue su última interpretación ya que hay una actuación suya para Terrence Malick que pronto verá la luz), que parece actuar como la voz de la corrección política, contra la que Jack/Lars constantemente confronta.

Vayamos al filme: el relato nos cuenta el periplo de un asesino en serie con recursos formales muy similares a los de Nymphomaniac (2013) pero sumándole un intento de humor ácido que no sólo no genera gracia en los tiempos que corren (para mal seguramente, pero funcionaba en décadas anteriores) sino que ni siquiera es sostenido durante todo el relato, como si el propio director no creyera en el recurso. Que la corrección política es muchas veces un mal que atormenta a los artistas es algo bien sabido, pero la forma de ponerlo en crisis no es haciendo exactamente todo lo que se dice que no se puede hacer, sino mostrando sus fisuras, sus contradicciones y su hipocresía. Von Trier eligió el camino más fácil, menos inteligente y menos interesante. Sí podemos rescatar una soberbia actuación de un actor no tan acostumbrado a las grandes luces hoy día como Matt Dillon, aunque ya haya realizado algún que otro trabajo en la piel de personajes siniestros (podemos citar Wild Things, de 1998).

Es difícil, además, situar esta película dentro de la filmografía del director; el tiempo nos dirá si es el comienzo de otra trilogía o una aberración rápidamente olvidable, un paso en falso (a mi entender, el primero de su carrera). Tampoco uno exige que una persona pueda ser rebelde toda su vida/carrera, el propio tiempo biológico juega en contra de tal cualidad aunque Lars Von Trier posee todas las herramientas cinematográficas para desprenderse de todo lo que se espera de él y dedicarse a narrar historias. Quizás Lars se ha vuelto viejo o quizás nosotros nos hemos vuelto más maduros.

Por Martín Miguel Pereira

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