The Fixer (Rumania / Francia – 2016)
Dirección: Adrian Sitaru / Guion: Claudia Silisteanu, Adrian Silisteanu / Intérpretes: Tudor Aaron Istodor, Mehdi Nebbou, Nicolas Wanczycki, Diana Spatarescu, Adrian Titieni / Duración: 98 minutos.
De los enaltecimientos apresurados son pocos los que se salvan en el alicaído panorama del cine contemporáneo, sobre todo cuando un conjunto de películas provenientes de algún país, generalmente etiquetadas con la marca de nuevo cine tal o cual, reviven las esperanzas por hallar nuevos estímulos. El cine rumano no fue la excepción a la regla, sin embargo, considerando que se trata de un sólido bloque de películas y de directores con un tiempo razonable para un análisis más riguroso, podría afirmarse sin temor a equivocarse que las expectativas se cumplieron en gran parte.
The Fixer, el film de Adrian Sitaru, pasó por la sección Panorama del Bafici. Su primer tramo no promete demasiado dado que parte de un trillado conflicto argumental a partir del cual un joven becario, que trabaja en una cadena de noticias francesa, ve la oportunidad de su vida cuando dos prostitutas rumanas menores de edad son expulsadas de Francia. La posibilidad de una gran historia lo lleva a manipular contactos y forzar reportajes, sin embargo, se enfrentará a obstáculos que pondrán a prueba su integridad moral. La necesidad de saltar profesionalmente ese escalón que lo sacaría de su condición de “arreglador”, lo confronta con el espejo de su estructura familiar y de su ética profesional. No es casual, por ello, que la primera escena de la película nos muestre un travelling que recorta al protagonista en un natatorio siguiendo ansiosa y atentamente a su hijo, el cual se prepara para una competición. Poco después, sabremos que el padre ejercerá una presión desmedida (del mismo modo que la ejerce sobre sí mismo y sobre una de las chicas damnificadas). El director se toma apenas unos minutos para presentar las dos facetas del joven, que involucran lo privado y lo laboral. El carácter obsesivo es el puente entre ambas. Entonces surge el caso en cuestión.
Parece ser ya una costumbre rumana explorar en el cine ciertas historias personales despojadas de desbordes emocionales, con un registro más bien realista donde los tonos marrones y azulados devienen, en su recurrencia, como marca estética autenticada. Aquí la película levanta notablemente ya que Sitaru elige acompañar el dilema con decisiones formales que, lejos de subrayar una idea, construyen un marco visual cuya fotografía revitaliza los espacios transitados por los protagonistas. En esta etapa que marca el periplo de los periodistas, los mecanismos manipuladores no son escenificados de manera sensacionalista, pero se delimita bien ese estado de incertidumbre que podría hacer estallar todo en cualquier momento en busca de la primicia.
Al mismo tiempo, Sitaru tensa el resorte empático con el espectador en la medida en que nos lleva a ponernos del lado de estos hombres que buscan aparentemente la verdad pero al costo de una voracidad que los deja mal parados, pues los (y nos) aleja de cualquier atisbo de humanidad. Esto se observa bien en la escena en la que intentan hacer el reportaje y filmarlo en un café. Los hechos que involucra la secuencia sacuden la integridad moral del protagonista cuando se percata de la edad de la chica (tiene catorce años), quien se ofrece a chupársela en el auto. Es ahí cuando entra en crisis y a la vez comienza a sufrir la presión de los otros para lograr el objetivo. El tema pasa por filmar o no, y finalmente lo hacen (“tenemos lo que necesitamos” dice uno de los compañeros). Aquí la cuestión se hace más pesada y el punto de vista se vuelve complejo. ¿Qué estamos viendo como espectadores en esa puesta en escena? ¿Importa qué hay detrás de toda esta mugre de trata de personas o el éxito de los tipos a los que seguimos durante todo el film? La pelota se arroja sobre terreno neutro y estará en cada uno ver hacia dónde la patea. En lo que respecta al joven protagonista, la última escena nos devuelve al comienzo con un acto de justicia: el caso de estas adolescentes ha repercutido en la forma de ver a su hijo, es decir, al otro. Ahora sí (díría Borges) es nadie.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant