Crítica: L’equilibrio (2017), de Vincenzo Marra

L’equilibrio (Italia – 2017)
Festival de Venecia 2017: Venice Days / Giornate degli Autori – Premiere Mundial
BAFICI 20 – Panorama Autores – Premiere Latinoamericana

Dirección y Guion: Vincenzo Marra / Producción: Luigi Musini / Fotografía: Gianluca Laudadio / Sonido: Theo Francocci / Edición: Luca Benedetti, Ariana Zarini / Interpretes: Mimmo Borrelli, Roberto Del Gaudio, Lucio Giannetti, Giuseppe D´Ambrosio, Francesca Zazzera / Duración: 83 Minutos.

La palabra equilibrio está de moda. Generalmente es parte de las utopías que profesan las buenas conciencias y los conservadores de formas. Hubo un tiempo filosóficamente denso donde se pensaba que uno hacía lo que podía con su vida; hoy existen variadas tendencias discursivas promulgadas por los mercados cuyos misiles mediáticos apuntan a “comer bien, hacer ejercicio siempre, no estresarse, no decir cosas que ofendan a la sensibilidad de los otros” entre otras sugerencias que contribuyen al Equilibrio, una solapada y perversa manera de quedar preso de mandatos sociales que prometen alargar la vida, cuando en realidad siempre aquellos que la han vivido intensa y apasionadamente (aunque en períodos más cortos) tienen cosas más interesantes que decir que todos los que formamos parte del rebaño.

En la película de Vincenzo Marra la palabra equilibrio se encuentra asociada a la hipocresía clerical. Tener equilibrio implica mantener apariencias y eso es lo que hace el cura que vive en un barrio de Nápoles y sostiene una estructura apoyada en la delincuencia, haciendo la vista gorda y con una falsa inquietud por los contaminantes residuales que tanto perjudican a los lugareños. Bajo esta fachada de preocupación por un problema real, evita que los periodistas y los policías ingresen al barrio y con ello elude complicaciones. Pero si el mundo fuera solo eso, no habría sentido. Allí llega un sacerdote misionero que, aburrido de pasearse por Roma y con una conciencia cristiana capaz de viajar al África a enfrentar los problemas de la gente, ha sido trasladado según su voluntad para reemplazar temporalmente al otro cura. Inmediatamente se pone al tanto de la trama oscura que se desarrolla detrás de escena, de cómo funcionan los códigos en una comunidad cerrada y cómplice al punto de encubrir abusos a una menor. Es entonces cuando el dilema ético se postula en el ser mismo del protagonista, en su disyuntiva entre ser un cura plantado en la Iglesia o “asumirse como revolucionario” (tal como le dice el obispo). La elección por la segunda opción le genera lógicamente trastornos que se transforman en pesadillas.

Resulta interesante cómo Marra sigue al personaje mediante largas tomas,  y le carga una mochila moral bien pesada a través de un registro cuya cámara persigue incómodamente el trayecto y los problemas que debe afrontar en esa tierra de contrastes, donde la Iglesia se llena de fieles cuando el que oficia se manda la parte. De corte realista y potente, el director italiano capta con toda su experiencia documental los ambientes sin explotar la miseria sino como parte integral de un modo de vida estancado, lejos de la tarjeta postal simpática.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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