Crítica: La llamada (2017), de Javier Ambrossi y Javier Calvo – Espanoramas

La llamada (España – 2017)

Dirección y Guion: Javier Ambrossi y Javier Calvo, basada en la obra teatral homónima creada por los propios realizadores / Producción: José Corbacho, Kiké Maíllo, Jorge Javier Vázquez / Música: Leiva / Fotografía: Migue Amoedo / Montaje: Marta Velasco / Dirección de arte: Roger Bellés / Intérpretes: Macarena García, Anna Castillo, Belén Cuesta, Gracia Olayo, Richard Collins-Moore, Loli Pascua / Distribución en Latinoamérica: Netflix / Duración: 108 minutos.

PRESAGIO MUSICAL

Milagros entra en la habitación abarrotada de cosas, saca su valija de debajo del sillón- cama y la coloca de sopetón sobre éste. Dominada por una parsimonia casi ritual y cierta urgencia abre el cierre para descubrir un contenido pulcramente acomodado. Lo primero que toma es un buzo rosa que desdobla como recordando cuándo fue la última vez que lo usó. Luego, el cd de Presuntos Implicados, el discman, las fotos familiares que besa con devoción en una suerte de recorrido mental instantáneo hacia la niñez y las travesuras y un vestido rojo con flores que termina por quebrarla. Aún así, se desviste para sentir una vez más el contacto de la tela en la piel, el talle ajustado a la figura de mujer que había olvidado bajo el uniforme religioso y el deslizamiento del rouge rojo por los labios. Frente al espejo observa a alguien extraño pero familiar, que agarra un cepillo a modo de micrófono y cierra los ojos para despojarse de miedos, mientras Susana la espía sorprendida desde la ventana. Allí, en medio de cajas y muebles tapados por sábanas, Milagros se entrega a sus deseos eferverscentes.

Ese momento realza el trabajo fino y cuidadoso de los Javis –como se conoce a la pareja de directores, presentadores y actores Javier Ambrossi y Javier Calvo– para construir personajes femeninos fuertes a través de múltiples capas que desentrañan la oscilación permanente entre la imagen que uno proyecta de sí mismo y las intenciones más profundas, el cumplimiento de roles o la libertad de elección, el deber ser versus el hacerse cargo de la vorágine de sensaciones personales o las limitaciones por las dudas frente a correr riesgos para alcanzar la plenitud. Las cuatro mujeres se encuentran en una disyuntiva que altera el modo en que solían desenvolverse y que representa un quiebre inevitable frente a su yo anterior: por un lado, Susana y María en el pasaje de la adolescencia hacia la adultez; por otro, Bernarda y Milagros tanto en la forma de achicar las distancias generacionales con las chicas como en la vida de la fe. La clave se vincula con el poder de la música, por supuesto, con las singularidades de cada una que se desprenden en las coreografías, las letras, los ritmos, los vestuarios y las puestas en escena.

Esta ópera prima que es una adaptación del musical homónimo que escribieron y estrenaron en teatro en el 2013 se sostiene bajo una mezcla del absurdo y la espectacularización. Sin horarios y de improviso, la pared trasera de la cabaña se abre como si se tratara de puertas corredizas para dar lugar a una escalinata blanca infinita, un reflector poderoso, luces cual destellos, humo y un Dios vestido con lentejuelas que canta temas de Whitney Houston. Por otro lado, las canciones que retratan una aparente amistad entre las religiosas con el show sobre las mesas del comedor, el desplazamiento del piano y la luz palpitante detrás del cuadro de Juan Pablo II o algunos clásicos electrolatinos de Henry Méndez que disfrutan las jóvenes. También resulta interesante que Bernarda o Milagros no juzgan a las chicas, por ejemplo, por la ropa que usaron para ir al recital o si consumieron droga, castigan la fuga por la noche. De hecho, buscan acercarse a ellas mediante la música o se preocupan por sus cambios de comportamiento. En definitiva, ese campo enorme casi desierto se vuelve un lugar sagrado para reencontrarse desde la individualidad y como colectivo.

La llamada, entonces, se aleja de mensajes moralistas, éticos o didácticos y en su lugar apuesta por la búsqueda identitaria desde el valor de los objetos personales, de los recuerdos, de la amistad, de los deseos y del vencimiento de la vergüenza o el temor. Todos ellos, aspectos que halla en la variedad de melodías, en la creatividad del baile, de la pureza de las interpretaciones o del vigor de la puesta en voz de las pasiones más íntimas. Porque, como dice Bernarda, la música hace milagros.

Por Brenda Caletti
@117Brenn

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