Crítica: Expiación (2018), de Raúl Perrone

Expiación (Argentina – 2018)
20 BAFICI: Competencia Argentina – Premiere mundial

Dirección, Edición y Sonido: Raúl Perrone / Guión: Raúl Perrone, Damian Zeballos / Fotografía: Raúl Perrone, Lara Seijas / Dirección de Arte: María Paula Trota / Música: Andres Villaveiran / Producción: Raúl Perrone, Pablo Ratto / Productor Ejecutivo: Pablo Ratto / Intérpretes: Cristian Jensen, Inés Urdinez, Gustavo Marzo, Daniela Cometo / Duración: 87 minutos.

“La muerte todos los días se parece un poco más a mí”. Esta línea de diálogo, es una de las primeras que escuchamos de la boca de un personaje al comenzar el filme. La imagen que abre el juego es la de un espacio arbolado, la de un jardín desolado casi en blanco y negro que se apodera de la pantalla.

Esta es la última película de un realizador de vanguardia que nos desafía con sus submundos imaginarios hechos de la materia pura del lenguaje cinematográfico: la desmesura de la imagen y el poder de la palabra.

Expiación: Borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio. Este relato inquietante está hecho de 4 personajes y una casa, atravesados por varios temas críticos: la culpa, la purificación y el sacrificio que conducen a la necesidad de la desaparición como única salida. La angustia de una existencia encarcelada se suma junto con los temas centrales de una trama poético filosófica.

Una familia, un matrimonio y una joven, viven en un caserón deteriorado como los mismos personajes. Un día llega un forastero y algo se agita entre ellos. Tal vez un amoroso rendez vous con Passolini en “Teorema”. No solo por el disparador similar, sino por cierta movilidad de la mirada que nos remiten a esa inquisidora observación del ser humano del cineasta italiano amado por Perrone.

La trama nuclearmente no excede más que esos dos renglones ya planteados, pero la narración es todo lo que se urde debajo y detrás de las cosas que los habitan.

El inicio nos empuja a ir detrás de todo lo muerto, lo que hay que olvidar, aquello ausente sin remedio. El matrimonio es seguido en un largo y lento travelling mientras arrastran a través del gran jardín una gran carretilla de la que enterrarán todo lo que contiene. Hunden bajo la tierra a paladas una marea de cosas que simbolizan parte de nuestra historia -como metáfora perfecta de la dictadura- una historia de muertes escondidas y de oprobiosos secretos.

Los espacios funcionan como radiografías del estado de los vínculos y de los personajes. Las paredes parecen pieles que se desgarran y el moho se come los rincones como los secretos que se pudren. Mientras, los pensamientos fluyen entre miradas calcinantes y silencios arrasadores.

El comedor de esa casa que fuera antaño lujosa y de gente adinerada, ahora es un ensamble de elementos de estados diversos y usos incomprensibles. La mesa, las cuatro sillas, los objetos vetustos. Todo acompaña a la cierta jerarquía que se respira en las palabras complejas, tramas de retórica en las que se cuestionan lo que hay en mundo, lo que se ve, lo que no se ve, lo que sucede, lo que podría suceder. Y para estos acertijos, respuestas imposibles.

Arriba, en el piso superior del gran caserón hay una habitación que tiene una característica esencial está llena de agua, como un piletón. Es agua que cubre hasta las rodillas de los personajes que allí entran. Es agua que se mece estancada dando una sensación infernal. Este cuarto funciona como el de las confesiones solitarias, el de los sueños en voz alta, donde cada uno expresa sus mundos más íntimos.

Si viniese una vez el ansiado sueño” pronuncia el forastero, y una mujer clama por el amor como una súplica religiosa, mientras la vemos envuelta en una lluvia de estrellas.

Muñecas infantiles, rotas y desnudas cuelgan en el lugar. No hay más que vacío y agua. El agua que alguna vez Tarkovski dotó en su cine de un valor singular “ser la fuente de la vida y la decidora del tiempo en la materia”. Aquí Perrone le hace un homenaje magistral en una serie de imágenes cenitales de objetos “ahogados” bajo el agua sucia y transparente a la vez. En ese mirar el paso del tiempo en los objetos que agua envuelve, navegamos hacia Stalker, la zona desde donde el director construye otra mirada sobre el poder simbólico del agua. Homenajeando al maestro ruso, crea un sentido nuevo para estas “zonas” para estos confesionarios del encierro, para estos purgatorios.

Los encuadres y el montaje, que se sabe de tarea tan puramente artesanal, nos da el placer de sentir la pura imagen, pues los efectismos no existen y todo surge de una imagen en un decorado real que luego va tomando más y más dimensiones plásticas construyendo los pilares de este cine puro que Perrone elabora fotograma a fotograma.

“¿Porque las resurrecciones son cada vez más inútiles?”, pregunta el hombre de la casa en su cuarto confesional. El silencio lo llena el agua. Porque ya es hora de desaparecer…

Por Victoria Leven
@VictoriaLeven

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