Crítica: Electric Swan (2019), de Konstantina Kotzamani – We Are One FF

Electric Swan (Francia / Grecia / Argentina – 2019)
Forma parte del We Are One: A Global Film Fest

Dirección y Guion: Konstantina Kotzamani / Producción: Emmanuel Chaumet, Caroline Demopoulos, Maria Drandaki, Victoria Marotta / Fotografía: Roman Kasseroller / Montaje: Smaro Papaevangelou / Sonido: Virginia Scaro, Persefoni Miliou, Simon Apostolou / Intérpretes: Juan Carlos Aduviri, Nelly Prince, Elisa Massino / Duración: 40 minutos.

Con atmósfera onírica asistimos a la relación entre un encargado de edificio y tres de las mujeres que lo habitan. Ellas, los tres personajes femeninos, son privilegiadas y viven en los pisos más altos. El encargado, como es de esperarse, vive en el sótano que se está inundando, poco a poco, debido supuestamente a la rotura de un caño. El final será tan inesperado como mágico…

EL LAGO DE LOS CISNES

En las primeras escenas del cortometraje Cisne eléctrico se nos presentan dos elementos extraños, sin relación aparente entre sí, un cisne nadando sobre los lagos de Palermo, y una caminadora ubicada en un edificio lujoso de un barrio exclusivo, frente a los lagos…

Estos elementos no parecen estar relacionados decíamos, pero gracias a la impronta onírica y surrealista que le impone la realizadora a la historia, asistiremos a ese encuentro fortuito de la máquina de coser y el paraguas sobre una mesa de disección del que tanto se vanagloriaban los surrealistas.

Toda la historia está impregnada por la magia de los cuentos de hadas. De hecho, “El lago de los cisnes”, el ballet al cual refiere el filme, trata sobre el hechizo que un brujo malvado echa sobre una hermosa mujer que la convierte en cisne durante el día para evitar que ella pueda enamorarse del príncipe.

Pero qué ocurriría si, con tecnología mediante y feminismo incluido, los roles se inviertieran, la historia se subvierte, y el brujo no es un malvado sino una máquina eléctrica que llevará a cabo el hechizo…

EL CISNE BLANCO

Carlos, el encargado del edificio, un inmigrante boliviano, trata de complacer los pedidos y requerimientos de las tres mujeres. Incluso, cuando lo que le pidan, sea arbitrario, arriesgado o cruel. El único objetivo de Carlos es cumplir con su deber, intentar solucionar las pérdidas de agua y nunca abandonar su puesto de trabajo. Pero quizás la anomalía no esté en los personajes, sino en el edificio mismo cuyo sótano está siendo erosionado por el avance del agua que no dejará de filtrarse por los techos y por las cañerías. Quizás este sea el motivo por el que los pisos más altos se muevan y tiemblen, al punto de provocar mareos y desmayos en la bailarina adolescente que interpretará al cisne blanco, y hasta pesadillas en una niña pequeña, Juana, que le cuenta a Carlos lo que soñó.

UN SUEÑO PREMONITORIO…

Juana le cuenta que en su sueño los habitantes debían ir abandonando sus respectivos departamentos desde los pisos más altos y debían ir bajando para finalmente tener que ir a vivir al sótano donde no había ventanas, ni aire, ni luz porque se habían quedado sin dinero y tenían que ir a trabajar como los pobres.

Carlos intentará llevar a cabo la tarea que le ha sido asignada, cuidar del edificio, y de sus habitantes, incluso cuando esta labor se transforme en algo titánico, ya que le resultará imposible frenar el avance del agua que se irá filtrando gota a gota hasta la previsible inundación del sótano, algo que ni siquiera su buena voluntad, o su determinación podrán detener.

Quizás no se trate ni de magia ni de ningún elemento maravilloso lo que opere en esta historia para urdir un mundo paralelo en el que los seres, los protagonistas de la historia, en este caso Carlos, alcancen una especie de justicia poética para encontrar ya no su lugar en este mundo sino tal vez en otro…

Con la música de fondo de “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky Habrá que esperar hasta el final de la historia para asistir a la revelación de este cuento de hadas…

Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico

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