Crítica: Eight grade (2018), de Bo Burnham – BAFICI

Eight grade (Estados Unidos – 2018)

Dirección y Guion: Bo Burnham / Producción: Scott Rudin, Eli Bush, Christopher Storer / Fotografía: Andrew Wehde / Montaje: Jennifer Lilly / Música: Ana Meredith / Intérpretes: Elsie Fisher, Joss Hamilton, Emily Robinson, Jake Rayn, Fred Hechinguer / Duración: 94 minutos

Esta ópera prima de Bo Burnham, un realizador estadounidense de apenas 28 años, refleja en la mirada narrativa su juventud aún vigente, ya que mira al universo de su filme y al personaje protagónico en un plano de paridad bastante singular, ya que en la mayor parte de los filmes sobre la adolescencia que suele ser más vertical la mirada entre el narrador y personaje central.

El relato narra la vida de Kayla que tiene 13 años y está terminando el secundario. El retrato que la película construye es sobre el pasaje de su vida escolar a la universitaria, o más bien dicho de un estadío de la nítida adolescencia hacia la adultez y sus potenciales nuevos conflictos.

Un dato de actualidad de la historia es que Kayla se ocupa de auto retratarse en diversos videos que sube a You tube, dejando a la luz a través de sus consejos inventados para sus televidentes imaginarios todas sus angustias adolescentes.

El argumento es mínimo y no presenta originales situaciones, recurriendo en cambio a los lugares comunes de lo que, podemos decir, “se vive en la adolescencia”. El director elige escenas y circunstancias algo obvias o previsibles para abordar estos temas radicales de la vida juvenil: la integración o pertenencia, el tema de la sexualidad, la relación parental, la construcción de una identidad, de un género y de una idea acerca de unos mismo en el mundo.

Elsie Fisher es quien encarna a la joven Kayla y es este el acierto más atractivo del planteo. Su rostro, sus actitudes y su corporalidad transmiten con mucha eficiencia algunas emociones clave: la inseguridad sobre la femeneidad, la sensación de “no encajar” y hasta un modo peculiar de poner en el cuerpo una torpeza inevitable al relacionarse con todo lo que la rodea.

Su relación con el padre es en algunos momentos jugosa y singular, como acertando allí en evitar el cliché, evadiendo los estereotipos pre armados.

La cámara no se despega de Kayla y resulta poco dinámico visualmente y algo repetitivo a la hora de verla funcionar en su mundo. Por lo que el filme se hace moroso aún en su corta duración y pierde amplitud en su perspectiva narrativa.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria

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