Crítica: Ainda temos a imensidão da noite (2019), de Gustavo Galvão – 22 BAFICI

Ainda temos a imensidão da noite (Brasil / Alemania – 2019)
22 BAFICI: Competencia internacional

Dirección: Gustavo Galvão / Guion: Gustavo Galvão, Barbie Heusinger, Cristiane Oliveira / Producción: Sara Silveira, Gustavo Galvão / Fotografía: André Carvalheira / Montaje: Marcius Barbieri / Diseño de Arte: Tamo Kunz, Valeria Verba / Sonido: Marcos Manna, Miriam Biderman, Ricardo Reis, Paulo Gama / Música: Animal Interior, Munha da 7, Nicolau Andrade / Intérpretes: Ayla Gresta, Gustavo Halfeld, Steven Lange, Hélio Miranda, Vanessa Gusmão / Duración: 98 minutos.

Que el rock ha muerto, es una verdad insoslayable. Que el nervio modernista que supo tener Brasilia –siendo uno de los caldos musicales más interesantes que tuvo el país– ha sido disecado hasta la nostalgia por la vida burocrática y desangelada; al parecer, también. La hipótesis está dada como confirmación y es expuesta a través de la rutina de Karen. Diseñadora de día – por no decir, mula de una agencia gráfica- y trompetista de una banda de “punk psicodélico” de noche, sus veinte están pisando los treinta. Como el resto de compañeros de grupo, soltar la casa de familia está difícil. A no ser que tengas un hueco para entrar en la administración pública, la independencia económica tampoco es una opción. La salvación podría estar de la mano de la música, aunque tocar para diez personas es cuanto menos deprimente.

Los personajes de Ainda Temos a Imensidão da Noite viven en un presente donde el sonido de una guitarra enchufada al amplificador suena vetusta y sufren por ello. No hay espacio para monetizar la pasión y las responsabilidades que declama la adultez lo único que hacen es sepultarla cada vez más hondo. La apatía se desparrama a lo ancho y largo de cada aspecto de Karen. Un pasaje a Berlín se convierte en la salida de escape perfecta, más no sea para dilatar su propio vacío existencial. Si bien es del otro lado del Atlántico donde redescubre su pasión y donde puede, al menos momentáneamente, sentir algo cercano a una vida de rockstar y liberación al establecer un menage a trois entre su ex y un amigo alemán con cocaína y alcohol mediante; la realidad es que la ida y vuelta de Europa a América se siente como una parada más en el largo trayecto de un argumento que no avanza hacia ningún lado y en esto, la puesta en escena no ayuda. Karen y el resto de los personajes están desafectados de su entorno espacial. La Brasilia de la película es una ciudad fantasma, con eco, sin extras. Por su parte, se habla de Berlín pero apenas se le roban dos o tres planos. El director Gustavo Galvão hace lo imposible para borrar las huellas de su contemporaneidad y acá surge una evidencia: los personajes no son los únicos que ansían romper en 2020 lo que ya rompió hace décadas Sonic Youth. La película en sí fantasea con habitar un tiempo que ya pasó. A la imagen lavada y gris parece no irrigarle la sangre. Los jóvenes apáticos son los mismos que plagaban el cine de los noventas solo que ahora con conexión inalámbrica. Ainda Temos a Imensidão da Noite nace de la melancolía y como un perro que lame y relame un hueso sin carne, pretende ingenuamente alimentarse.

Por Felix De Cunto
@felix_decunto

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