Crítica: What Did Jack Do? (2017), de David Lynch

What Did Jack Do? (Estados Unidos – 2017)
Estrenada en NETFLIX

Dirección y Guion: David Lynch / Producción: Sabrina S. Sutherland / Fotografía: Scott Andrew Ressler / Montaje y Efectos visuales: Noriko Miyakawa / Intérpretes: David Lynch, Toototabon, Jack Cruz, Emily Stofle / Duración: 17 minutos.

David Lynch ha vuelto. Lo hizo con una pequeña joya que bien podría verse como un compendio exquisito de su obra, pero que aparece para despertar un hedonismo signado por la gracia y el humor. Uno de los tantos caminos que ofreció Lynch a lo largo de su carrera es el de la parodia del cine norteamericano clásico y de sus moldes y estereotipos genéricos. El punto de partida aquí es un esquema básico que remite al policial, un duelo dialéctico entre detective y sospechoso. Claro está, el que pregunta es el mismo director y el que responde un mono con boca humana. Entonces, ya nada obedece al orden de lo normal.

Como si se tratara de la reproducción de una película añeja, la primera imagen en blanco y negro es un plano general que habilita el marco: la cafetería de una estación de tren. Los dos involucrados a uno y otro lado de la mesa comenzarán con el jugoso intercambio verbal cuya lógica principal radicará en el plano/contraplano. El mono se llama Jack. Tiene una mirada asombrosa y el efecto digital de la boca genera una extraña empatía. Se lo acusa de haber estado con aves. La cosa parece venir de un crimen pasional y el detective agotará todos los recursos para hacerlo pisar el palito. Los tonos de voz, las imperfecciones simuladas sobre imagen y sonido conectan con el imaginario del noir, sin embargo, los silencios estirados y las frases absurdas crean la distancia necesaria para reírse gélidamente del género. De este modo, en medio de un intercambio verbal, las preguntas van por un carril y las respuestas se abren a otros modos de significación, una constante en las películas de Lynch. “Las aves de igual plumaje hacen el mismo viaje” dice el mono. Y no queda más que reírse. El que se enrosca, pierde. Tomarle el pelo a quienes se rompen la cabeza para descifrar un lenguaje encriptado, plagado de símbolos, refranes y signos esotéricos ha sido una de las especialidades de Lynch (como Fellini, como Ferreri). Están ahí, es cierto, pero son parte de una materia significante que le debe más al cine y a los sueños que a los abordajes racionalistas. Perderse en el pantano de palabras como nos extraviamos por las calles de una ciudad suele ser una manera encantadora de penetrar en el universo del realizador norteamericano. Si las líneas de diálogo conducen al desciframiento de un argumento, hay otras que producen el desvío. “Por un tiempo viví cerca de una granja” confiesa el sospechoso, y entonces armamos el caso. Pero inmediatamente agrega “Mírame. ¿Mis pupilas están dilatadas?”. Dos sintagmas continuos cuyos significados se disocian y abren una brecha que se irá alimentando de situaciones enunciativas similares. Metáforas, alegorías, alusiones y referencias de todo tipo son parte esencial de la escritura fílmica de Lynch. Esta práctica la lleva al paroxismo en Twin Peaks en cuya historia aparecían infinidad de señales. El mismo Lynch jugaba con claves a modo de epígrafes cuando agregó introducciones con uno de los personajes más queribles: la dama del leño.

La primera interrupción se produce cuando la azafata del tren trae los cafés. Nada puede existir en el mundo lyncheano sin el sabor de un buen café. Sus detectives son sensitivos, fetichistas gastronómicos, grandes saboreadores. Una parodia de Sherlock Holmes, en la medida que se presentan en principio con una pose racionalista y luego privilegian el instinto y los sueños. La segunda consiste en un número musical previo al desenlace donde el monito vestido de traje se luce con una canción de amor. Los diversos motivos que hemos escuchado en las películas de Lynch son variaciones de un mismo patrón melódico que está destinado a reforzar una zona de encantamiento, de murmullos, de susurros. Es en este sentido que la música otorga un valor de conjunto a partir de un tono que conjuga lo íntimo con lo siniestro, con tonos que se pegan en la memoria emotiva a partir de la reiteración. El momento es excepcional y hermoso, aun en el despiadado terreno de la parodia. Otra muestra más de uno de los realizadores que mejor concilió el cine con los sueños.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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