Crítica: Quién lo impide (2021), de Jonás Trueba – MDQFF36

Quién lo impide (España – 2021)
San Sebastián 2021: Competencia Oficial: Concha de Plata a la Mejor Interpretación de Reparto para el conjunto de sus intérpretes, Premio de la Crítica y Premio del jurado Ecuménico
Mar del Plata 2021: Competencia Internacional

Dirección, Guion y Fotografía: Jonás Trueba / Producción: Javier Lafuente, Lorena Tudela / Música: Rafael Berrio, Pablo Gavira, Alberto González, Andrei Mazga / Montaje: Marta Velasco / Intérpretes: Pablo Gavira, Clàudia Navarro, Candela Recio, Sílvia Águila, Pablo Hoyos / Duración: 220 minutos.

Tres partes, en tres horas cuarenta y dos intervalos de cinco minutos. Al comienzo, se abre una sala de chat donde Trueba habla con sus jóvenes protagonistas. Han pasado cuatro años desde que comenzaron a filmar y es hora de ver el resultado. Cuando les dice lo que dura, miran extrañados, se ríen y preguntan qué será del público. “Hay que confiar, hay que confiar” los anima el realizador. Tal vez, en alguna oportunidad, alguno se anime a escribir sobre la cuestión del tiempo en el cine contemporáneo y su vínculo con los límites del corte en la era digital, pero mientras tanto, mientras esperamos las especulaciones académicas, podemos entregarnos y disfrutar de propuestas como Quién lo impide sin ponernos colorados. Es decir, podemos confiar.

Lo primero para decir es que se trata de un ensayo sobre la juventud, pero guiado por los mismos jóvenes que intervienen. Acá no hay maestros ciruelas, viejos vinagres ni moralistas de cuarta. Tampoco, oportunistas del reviente que, disfrazados de aires de importancia, por atrás acusan a los más chicos de los flagelos del mundo. No. Todo lo contrario. La cosa fluye con muy buena vibra. Su punto de partida es un experimento que conocemos desde Truffaut, acompañar el crecimiento de adolescentes que serán adultos a la brevedad. Trueba los escucha, juega a filmar con ellos, les inventa pequeñas historias y se sumerge en su mundo sin juzgar, como si intentara captar el pulso de la vida con la cámara. Pero lejos de reducir la cuestión a un registro netamente realista, propone un montaje para crear un mosaico de goces, alegrías, tristezas y diversas paradas, porque nunca perdemos de vista que esto es un viaje y con música incluida (uno de los aspectos que mejor maneja el director).

Lo segundo es que, más allá del marco espacio/temporal, todo aquello que escuchamos y vivimos con la película, nos interpela en un doble sentido. Por un lado, en la percepción desvirtuada que solemos tener sobre la juventud; por otro, que más allá del paso de los años, son los mismos conflictos que tuvimos pero que nuestros rollos no nos permiten atender. Y de esta sordera y de esta brecha también se habla, con pasajes muy jugosos donde las opiniones dan testimonio sobre el sistema educativo, las relaciones con padres y madres e incluso sobre la idea misma de política en España. Y hablar sin filtros también da lugar a hermosos disparates, situaciones de humor, que evidencian la falta de cálculo a favor de una poderosa intuición.

El armado es colectivo. Hay huellas de ello todo el tiempo, desde los juegos de roles al inicio hasta las maneras en que los mismos protagonistas revisan las situaciones en que fueron filmados. Es parte de la espontaneidad y la libertad puestas en práctica. Un tiempo continuo cuya clausura es la pandemia, ese horizonte que parece refundar cierta idea de registro y del cine (una vez más).

La relación amistosa entre Trueba y los chicos es el lazo que permite el optimismo que destila el proyecto. No se trata de un optimismo vendido a base de ilusiones falsas, sino de soplos de cotidianeidad encapsulados en sus detalles, en los rituales, en caricias, en dudas y todo tipo de emociones. Ponerse en el lugar del otro es el primer eslabón para generar confianza. Con diversos recursos como voces en off, dramatizaciones, carteles que advierten la naturaleza del artificio, y sobre todo con una mirada que nunca abandona ese costado romántico tan caro al director, nos preguntamos con ellos finalmente “quién lo impide”, quién impide salir a las calles, vivir intensamente, no quedarse en la queja permanente y bancarse este defecto que, a veces, es el mundo que hacemos.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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