Crítica: Nuevo orden (2020), de Michel Franco

Nuevo orden (México / Francia – 2020)
Estreno exclusivo a través de la Plataforma de Cine Online Cining

Dirección y guion: Michel Franco / Producción: Michel Franco, Eréndira Núñez Larios, Cristina Velasco / Fotografía: Yves Cape / Montaje: Michel Franco, Óscar Figueroa / Intérpretes: Naian González Norvind, Darío Yazbek, Eligio Meléndez, Patricia Bernal, Diego Boneta, Mónica Del Carmen, Ximena García, Naian González Norvind / Duración: 88 minutos.

Nuevo Orden, último filme de Michel Franco (Después de Lucía, Las hijas de Abril) que resultó ganador del León de Plata en el Festival de Venecia, es un relato de suspenso, cruel y violento sobre la lucha de clases, entre los blancos mexicanos, whitexicans, y los pobres mestizos, indígenas, que anticipa y advierte sobre los peligros de una revuelta popular sanguinaria y violenta, y de la posterior militarización de un país sumido en las más aberrantes desigualdades sociales y económicas.

PARÁSITOS

En medio de una fiesta de casamiento entre Marian (Naian González Norvind) y Alan (Darío Yazbek) registrada en un plano secuencia prometedor, el realizador nos lleva a la mansión de uno de esos nuevos ricos dentro de uno de los barrios más caros y exclusivos de la ciudad de México. A los invitados, que han llegado en aparatosas camionetas más parecidas a tanques que a vehículos, sólo les preocupa la tardanza de algunos de los invitados, entre ellos, la jueza que llevará a cabo la boda, ya que las calles están cortadas por manifestantes que han salido para protestar y lanzar pintura verde tanto a edificios, vehículos como a transeúntes.

Repentinamente llegará la visita inesperada de un antiguo empleado de la mansión, Rolando (Eligio Meléndez), pidiendo ayuda económica para hacer frente a la intervención quirúrgica de su mujer,

Elisa, en una clínica privada. Ella ha sido desalojada del hospital y trasladada a su casa debido a la toma del nosocomio por los manifestantes, algunos de ellos heridos por la revuelta popular en las calles, y así su cama fue cedida a alguien incluso más necesitado que ella misma.

Rolando le pide a su antigua patrona, la dueña de la mansión, y anfitriona de la boda, la suma de doscientos mil pesos, unos diez mil dólares, para pagar los gastos médicos que conllevaría la intervención en una clínica privada. La mujer pide efectivo a algunos de los invitados, en vez de acceder a su caja fuerte y darle la totalidad de la suma que pide su antiguo empleado, que promete devolvérsela a la brevedad. Rolando sólo recibirá treinta y cinco mil pesos, unos dos mil dólares, de manos de la mujer. Teniendo en cuenta los regalos que recibió la pareja de novios, mucho dinero efectivo en sobres, que fueron guardados en la caja fuerte, nos da una vaga idea de la ambición y codicia desmedidas de esa elite que parece vivir dentro de una burbuja, ajena al dolor y a la miseria que sufre la mayoría de la población mexicana.

La pintura verde que usan los manifestantes en las calles para arrojarla contra los automóviles, se irá filtrando en las cañerías, y en la vida de los más pudientes. La dueña de la mansión será una de las primeras en descubrir la irrupción de la pintura verde al abrir la canilla del baño. La pintura verde irá invadiendo el agua corriente de la ciudad que quedará sin suministro, del mismo modo que el crimen y la corrupción se han ido filtrando en todas las capas de las distintas clases sociales.

Marian es la única dispuesta a ayudarlo, pero en el camino a la casa para llevar el dinero que Rolando necesita para la intervención de su mujer, ella caerá en poder de una banda paramilitar, supuestamente rebelde, que la mantendrá cautiva, entre tantos otros miembros de la elite, con el solo fin de cobrar un rescate millonario. Tanto las autoridades a cargo, como las bandas paramilitares rebeldes, sacarán provecho de la revuelta; unos, aplicando estado de sitio, poniendo en funcionamiento una maquinaria brutal y totalitaria, mientras que los otros cometerán crímenes atroces, aplicando torturas y abusando sexualmente de sus víctimas a las que les han asignado números, revulsivas imágenes que nos retrotraen al holocausto nazi y a los oscuros años de las dictaduras militares en Latinoamérica, con sus ejecuciones, y desaparición de cuerpos.

Franco, el director, declara que el filme es apenas una especie de advertencia más que un presagio de un futuro no muy lejano, eso que podría pasar si las cosas siguen desarrollándose bajo una apabullante inequidad y desigualdad en esa brecha abismal entre pobres y ricos. Es decir, ese estallido ocurrirá si se sigue ejerciendo esa violencia de las clases más altas, léase explotación brutal sobre una población castigada ya por el hambre y la pobreza. No olvidemos los grafitis de pintura verde que denuncian: sesenta millones de pinches con hambre, en clara referencia a esos sesenta y cuatro millones de habitantes que viven en su mayoría bajo la línea de pobreza, es decir que ni siquiera son capaces de cubrir sus necesidades básicas.

El primer traspié del director reside en la elección estética e ideológica de la pintura verde, como símbolo de rebeldía e insurrección, apropiándose del color elegido por los movimientos ecológicos y feministas como distintivo de su lucha para salvaguarda de la naturaleza, y de los derechos de las mujeres. Lejos está del imaginario y de los actores sociales del filme la intención de encarnar estas luchas.

Otro de los problemas del filme de Franco es justamente la representación distorsionada y monolítica de esa clase indígena de piel oscura sometida y explotada por los ricos, la nueva derecha empresarial, dueños de los medios de producción, todos ellos, hombres de negocios, blancos, poderosos y satisfechos con sus vidas opulentas. Los blancos ricos, en el filme, son víctimas de la violencia callejera ejercida por los indígenas, esa violencia que se traduce en un odio y una furia irracionales que estallan en una brutalidad sin límites, que reproduce y replica la misma crueldad, codicia y ambición siempre oculta pero latente de sus opresores. Cuando los manifestantes trepan los muros, atacan, agreden y matan a los dueños de casa, los sirvientes aprovechan la ocasión para robar y apoderarse de sus pertenencias.

Como en Latinoamérica, México no es la excepción, el color de piel, y la etnia, están relacionados con el nivel de vida, el poder adquisitivo y la movilidad social. Hay que admitir que unas pocas vidas, las privilegiadas, valen mucho más que las otras, las explotadas, que valen poco y nada, y son las que con su fuerza de trabajo y sus condiciones miserables de vida, sostienen y solventan los lujos de esas vidas ricas y privilegiadas.

El mismísimo Franco admitió que para representar a la clase explotada a través de los manifestantes se inspiró en movimientos tales como los chalecos amarillos, las manifestaciones de activistas en Chile o el movimiento de protesta contra la brutalidad policial del Black lives matter estadounidense. Sin embargo, nada de esta inspiración se refleja en el filme. Todo lo contrario, parecería haber ignorado estas luchas, consignas y reivindicaciones democráticas para la construcción de los personajes pertenecientes a las clases oprimidas. A ellos prefirió retratarlos con una serie de prejuicios y de clichés utilizados por las clases dominantes para definir a las clases oprimidas, por ellos mismos, como hordas salvajes y enardecidas reducidas a la bestialidad del resentimiento y del odio desatado de los puros instintos. Recordemos sino las declaraciones de Cecilia Morel, actual primera dama chilena, refiriéndose a los manifestantes en las calles de Chile: “es como una invasión extranjera, alielígena”.

Lo que sí podría rescatarse de la lectura que hace Franco de ese conservadurismo pasivo de las clases dominantes es el temor, un temor creciente no ya a la furia del pueblo por sufrir de una injusticia social alarmante, sirva como ejemplo el tema de la medicina pública y privada, los pobres están condenados a morir en sus casas, en silencio y privados de atención médica, sino al poder militar, y paramilitar, esa mafia enquistada dentro del poder político que está allí agazapada, siempre lista para reprimir y matar amparada por los poderes civiles y militares de Norteamérica.

Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico

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