Crítica: Mi nombre es Bagdá (2020), de Caru Alves De Souza – Festival de Lima

Mi nombre es Bagdá / Meu Nome é Bagdá (Brasil – 2020)
Festival de Cine de Lima: Competencia Ficción

Dirección: Caru Alves de Souza / Guion: Caru Alves de Souza, Josefina Trotta / Producción: Caru Alves de Souza, Rafaella Costa / Fotografía: Camila Cornelsen / Edición: Willem Dias / Diseño de Producción: Marinês Mencio / Intérpretes: Grace Orsato, Karina Buhr, Marie Maymone, Helena Luz, Gilda Nomacce, Emílio Serrano, Paulette Pink / Duración: 99 minutos.

El mundo que propone Caru Alves De Souza en Mi nombre es Bagdá es un ideal. No una utopía necesariamente, pero sí la materialización de un deseo que es posible a partir de la continua lucha por erradicar el machismo de la sociedad, y para ello hay que armar un círculo fuerte que no tiene por qué excluir a los hombres. La protagonista es una skater de 17 años que vive en un barrio de clase media en San Pablo con su mamá y sus hermanas. Ella une dos mundos, el de su casa, con sus rituales, y el de la calle, con su grupo de amigos. Al mismo tiempo que la directora se inclina por una impronta documental en el modo en que se acerca a esos encuentros, Bagdá graffitea, filma y se divierte. “La felicidad está en el aire” dice uno de los chicos y en pos de esa libertad trabaja la película, en esos pequeños actos donde se exprime lo cotidiano.

Hay una mirada festiva aunque dispersa, donde ser diferente (en relación a los parámetros que regulan ideas como familia o género) está positivado y no martirizado necesariamente. En este sentido, De Souza se aleja de otros exponentes recurrentes en la actualidad. Y cuando se consagra a la gracia fotogénica y a la simpatía de las mujeres, se resigna cualquier pretensión de narrativa férrea. Incluso (también de modo disímil a otras historias), el tránsito por los dos mundos (la calle y el hogar), por las dos familias, no es un motivo de conflicto.

Lo anterior no supone endulzar la realidad ni mucho menos. La violencia existe. Asoma cuando una banda de cobardes agrede a la pareja dueña de una peluquería por sus elecciones sexuales, cuando la policía maltrata a los chicos y se burla de la apariencia de Bagdá (son ellos los que ventilan su verdadero nombre, con malos tratos) o cuando un chico del grupo la acosa en una fiesta. Los episodios no pasan a mayores, pero son suficientes para dar cuenta de una dinámica social que hay que revertir. Por ello, si las instituciones no responden, no queda otra que el círculo protector. En esa misma fiesta una hermana salva a la otra. Parte del deseo por un mundo mejor se plasma en números musicales y ya sabemos que el musical siempre nos salvará.

Tal vez, el último tramo abandone una forma de registro para ceder al terreno de la alegoría, con todos los peligros que ello conlleva. Un juicio grupal callejero pide a gritos una imagen del mundo futuro en el que sean las víctimas acompañadas (incluyendo hombres) quienes puedan enfrentar a los agresores. La idea es justa y seductora. Sobre el subrayado me quedan dudas.

Hecha la salvedad, Mi nombre es Bagdá logra entusiasmar y descubre fundamentalmente a un personaje que se agiganta con su gracia y naturalidad en la pantalla.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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