50 o dos ballenas se encuentran en la playa (2020)
25 Festival de Lima PUCP: Competencia Oficial
Dirección y guion: Jorge Cuchi / Producción: Jorge Cuchi, Laura Berron, Hari Sama, Verónica Valadez / Música: Giorgio Giampà / Fotografía: Jose Casillas / Montaje: Jorge Cuchi, Victor Gonzalez Fuentes / Intérpretes: Karla Coronado, José Antonio Toledano, Gerardo Trejoluna, Monica Jimenez / Duración: 122 minutos.
Durante el año 2017 se viralizó por Internet un juego macabro que inducía a adolescentes al suicidio. Se conocía como “la ballena azul” y consistía en 50 pruebas para realizar durante cincuenta días. El grado de dificultad aumentaba lógicamente y el horizonte siniestro era el suicidio. Esta forma de criminalidad secreta, cuya naturaleza, algunos entendían como leyenda urbana y otros como realidad, acaparó la atención de miles de jóvenes y tocó la fibra sensible de tantos y tantas que vieron en esta supuesta adrenalina una forma de escapar a familias conflictivas o existencias agobiantes. Este sustrato es el que se usa de base para 50 o dos ballenas se encuentran en la playa, la película de Jorge Cuchí, centrada en Félix y Elisa, los dos adolescentes de 17 años que se enamoran mientras enfrentan los desafíos.
Desde el inicio, y sin demasiadas explicaciones, el ambiente pesado se advierte. En una de las pruebas Félix incendia un auto y lo filma. A continuación, la pantalla dividida nos muestra a cada lado la rutina de los dos protagonistas en sus casas. El derrotero visual establece una idea: el único consuelo es el espacio de la habitación. Ambos se refugiarán en la soledad y en ciertos placeres/vicios tales como los cigarrillos y el whisky escondidos en el placard. Lo que une el destino de los personajes es la prueba en la que se les pide que conozcan a “otra ballena azul”. A partir de esa primera cita, el desafío personal es cómo conciliar el amor que nace entre ellos con las imposiciones del “juego”. El realizador utiliza una serie de recursos para recortar ese mundo exclusivo, un escudo frente al de los adultos, que parece apestar (de hecho, gran parte de la película los deja fuera de campo).
Todo el contenido siniestro de la película es una forma de horror naturalizada, neutralizada por un tratamiento que no necesariamente busca tremendismo ni pretende juzgar. En este sentido, la película recoge el guante de otros títulos como Elephant de Gus Van Sant o Nocturama de Bertrand Bonello. Hay una tristeza que abraza a estos jóvenes y una insatisfacción que solo encuentra un cable a tierra mientras están juntos. Las relaciones familiares son complicadas y los adultos las complican aún más, no solo al no poder entender la dimensión del problema, sino porque muchas veces incurren en explicaciones que restan. Nótese la escena en la que la madre de Félix intenta persuadirlo para que no fume con fotos de gente en estado terminal por el tabaco. Ante esa postura, solo queda responder con actos mecánicos o el silencio, y resguardar el secreto como un tesoro.
El problema, más allá de un registro por momentos que nos acerca a ese malestar y nos invita a compartir la melancolía de la pareja en sus conversaciones y su lento transcurrir, es que en el último cuarto asoman todos los monstruos que estaban latentes, incluso, los golpes bajos. Por un lado surge la necesidad de subrayar ideas, por otro la innecesaria puesta en escena de cuerpos flagelados, como si no hubiéramos entendido que ese iba a ser el triste destino, pasando por una escena truculenta que podría considerarse como gratuita. El laconismo otoñal que predominaba en la parte inicial cede el lugar a un regodeo de primerísimos primeros planos que ponen en cuestión el resultado final, más allá de una coda onírica y pretendidamente poética. Cuando la interpelación a la conciencia es más importante que el cine, todo resta.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant