Crítica: Malintzin 17 (2022), de Eugenio y Mara Polgovsky – BAFICI

Malintzin 17 (México – 2022)
BAFICI 23: Competencia Internacional

Dirección: Eugenio Polgovsky, Mara Polgovsky / Guion: Mara Polgovsky / Producción: Mara Polgovsky, Julio Chavezmontes / Fotografía: Eugenio Polgovsky / Edición: Mara Polgovsky, Pedro González-Rubio / Sonido: Javier Umpierrez / Música: Diego Espinosa / Intérpretes: Eugenio Polgovsky, Milena Rose Polgovsky Tauss / Duración: 64 minutos.

Hay cámaras para controlar y cámaras para espiar. Las primeras son del orden estatal y policial; las segundas pertenecen a un amplio abanico de posibilidades, pero siempre que haya una ventana puede haber una mirada indiscreta. Y si hay tiempo para observar, algún cazador de planos, sea fotógrafo o cineasta, dará cuenta de ello. En Malintzin 17, un padre y su hija depositan su atención hacia la calle desde su pequeño departamento en algún lugar de México. Uno es protagonista con la cámara, la otra con sus preguntas. De esos intercambios está compuesta gran parte de la película y de allí surgen una cierta ligereza y espontaneidad que constituyen su matriz expresiva.

Pero más allá de lo anterior, el tiempo de la percepción invita a seguir un registro y a vivirlo como si fuera una canción cuyo motivo recurrente (el estribillo) es un pájaro que ha hecho su nido en un cableado. Cada secuencia toma como centro esa situación que, a base de repetición y de contemplación, instaura una pequeña ficción. Por allí sobrevuelan (sin escucharlos necesariamente) los versos de Leonard Cohen Like a bird on the wire/Like a drunk in a midnight choir/ I have tried in my way to be free” (“Como un pájaro en el cable/Como un borracho en un coro de medianoche/He intentado a mi manera ser libre”). La imagen de una especie natural es un oasis en un desierto urbano de ruidos, autos, postes de luz y el cineasta goza de una libertad infrecuente, dos conceptos que están en la hermosa canción de Cohen y que Polgovsky cita en esos momentos en los que interactúa con su hijita o en esas noches en las que oficia como voyeur de extraños movimientos de autos y personas, porque la noche se abre como un mundo aparte con sabor a clandestinidad.

La sensación que deja la experiencia es la de legado, un regalo para su hija cuando crezca y pueda verse a sí misma en un espejo, el de la pantalla. No es un gesto menor y habla de una honestidad y transparencia por parte de su padre. Sin embargo, el resultado invita a pensar (una vez más) cuál es el límite entre una película y un ejercicio fílmico. Hay allí una cuestión interesante para debatir y que involucra a una cantidad importante de títulos festivaleros.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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