Crítica: Medusa (2021), de Anita Rocha da Silveira – BAFICI

Medusa (Brasil – 2021)
BAFICI 23: Competencia Vanguardia y Género

Dirección y Guion: Anita Rocha da Silveira / Producción: Vania Catani / Fotografía: João Atala / Edición: Marilia Moraes / Sonido: Evandro Lima, Bernardo Uzeda, Gustavo Loureiro / Música: Bernardo Uzeda, Anita Rocha da Silveira / Intérpretes: Mari Oliveira, Lara Tremouroux, Joana Medeiros, Felipe Frazão, Bruna G, Bruna Linzmeyer, Thiago Fragoso, Natália Balbino / Duración: 127 minutos.

Muchas veces las temáticas que aborda un filme –ocurre especialmente con el documental pero también pasa con la ficción– hacen de su visionado casi una obligación. Sin embargo, existe una visión muy acotada del cine que pone al guión por sobre la imagen cuando una sin la otra no funciona. Así vemos semana a semana películas que prometen y luego no cumplen. Por otro lado, es en la estética donde se cuela la ideología; cuando los directores son conscientes de ello hablamos de una poética, cuando no, muchas veces vemos relatos en donde la historia dice algo y la imagen nos revela lo contrario, sin que se haya buscado.

Medusa tiene, a priori, muchos elementos temáticos que nos llaman a verla: el patriarcado, el micromundo (o no tan micro) de las iglesias evangélicas en Brasil y sus vínculos con el poder y las redes sociales como herramienta para el escarmiento social.

Anita Rocha da Silveira, quien ya había presentado en el BAFICI de 2016 Mate-me por favor, vuelve con un film furioso, desencadenado y por momentos kitsch. Todo eso al servicio de una trama que nos muestra a un grupo de “vengadoras morales” evangélicas que se esconden bajo el angelical rostro de un coro pop-religioso. La directora pone el acento en el goce, tan caro a los discursos feministas actuales, para mostrar las grietas que aparecen en estas mujeres oprimidas por el patriarcado. Por allí se filtraran los sueños pero también la toma de consciencia.

Lo más interesante de esto es la acción que desencadena el drama: como si fuera un relato de David Cronenberg, el cuerpo dañado se torna cuerpo deseante. Una cicatriz (una grieta en el orden) despierta el deseo, la “fealdad” libera a la protagonista. Esto es posible pues esa cicatriz no puede ser disimulada, la obliga al cambio. La coprotagonista, en cambio, al poder disimular sus “fallas” puede seguir su vida fiel a las reglas impuestas.

El despertar sexual es mostrado como un largo sueño, no como un momento, como un éxtasis, sino como un estado del ser. Allí es donde se despliegan las ideas visuales más llamativas del filme. Sin embargo, la más inteligente y sensible ocurrirá durante la grabación de un reel de Instagram que prefiero no spoilear.

Amén de todo lo dicho y por encima de todo esto hay una película de género que atrapa a cada minuto y estimula intensamente hasta su final catártico. Sin dudas, Medusa es uno de los puntos salientes de este BAFICI y lo será en las carteleras locales si es que logra estrenarse comercialmente.

Por Martín Miguel Pereira

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