Crítica: Lucky (2017), de John Carroll Lynch

Lucky (Estados Unidos – 2017)

Dirección: John Carroll Lynch / Guion: Logan Sparks, Drago Sumonja / Fotografía: Tim Suhrstedt / Montaje: Robert Gajic / Música: Elvis Kuehn / Diseño de producción: Almitra Corey / Intérpretes: Harry Dean Stanton, David Lynch, Ron Livingston, Ed Begley Jr., Tom Skerritt, Beth Grant, James Darren, Barry Shabaka Henley / Duración: 88 minutos.

Si hubiera un paisaje que espejara cada arruga del rostro de Harry Dean Stanton ese sería, indudablemente, el desierto con su llanura y sus minimalistas líneas infinitas. El desierto ES Harry Dean y todo lo que él fue desde esos fotogramas en París Texas (1984) más todo lo que vino con los años de vida, esos que quedan y que crecen, a los que llamamos “vejez”.

Harry es “Lucky” en esta ópera prima dirigida por el actor John Carroll Lynch, al que recordamos como el esposo de Francis Mc Dormand en Fargo (1996), o el posible el asesino de Zodiac (2007) o por Gran Torino (2008), entre otros filmes.

Lucky es “lucky” (afortunado en inglés) un apodo ganado por tener ya 90 años y vivir para contar cómo ha vivido, cómo aún la vida lo sorprende – aún cuando estamos más cerca de la muerte- y así podemos observar la vida, su vida y las metáforas que aparecen justo en ese proceso y si son narradas sin demasiados acentos mejor aún, ya hablan de un fantasma: el final del camino.

Los juegos del personaje con sus pequeñeces son exquisitos: su rutina milimetrada entre el vaso de leche, los ejercicios de yoga, y el acicalado obligatorio. Vemos como sus ideas están en aquel tiempo llamado pasado cuando nos enteramos que Juan el hijo menor de la almacenera no es Juan para Lucky sino “Juan Wayne”, y entonces se nos viene Ford, y los westerns, y otra vez el desierto y la sensación de que el pasado sabe mejor que nada en el mundo, o que al menos el pasado es una certeza.

Lucky tiene rituales, y uno de ellos es llenar crucigramas. En este guiño el guion nos hace un gesto cómplice cuando descubrimos que esas palabras no son ni más ni menos que pedacitos del argumento que ya están por venir y también aquello que sucede en ese instante a la vez.

Al inicio hay una escena en la que habla con alguien por teléfono y consulta la resolución del crucigrama: “Palabra de 7 letras que comienza con R: realismo. Realismo: Sustantivo, es la actitud o práctica de aceptar una situación tal cual es y estar preparado para enfrentarla en consecuencia”.

Es esa actitud la que se impondrá para Lucky con el pequeño gran giro que la trama le impondrá a nuestro protagonista.

El realismo es una cosa” va diciendo aquí y allá, de bar en bar, de interlocutor en interlocutor, “Y lo que vos ves no es lo que yo veo”, o sea el realismo no es la misma cosa para todos.

Elaine es el bar que de noche lo acoge, así como en Corazón salvaje (1990) lo abrazaba con sus tentáculos oscuros, hoy David Lynch de cuerpo presente ya no dirige a Harry sino que se sienta junto a él como “Howard” su amigo o conocido quien declara que se ha perdido Presidente Roosevelt, el presidente pero con forma de tortuga centenaria, que escapó de la casa de Howie cuando este salió a buscar el correo.

Allí los vemos sentados tras la barra, en esa amistad que excede la escena como en un homenaje al vínculo que une a esos dos grandes que pasaron por Twin Peaks, Corazón salvaje y la vida misma.

Y como debía ser para esta mini trama, finalmente llega el impacto del realismo inesperado, ese que hay que aceptar y enfrentar sus consecuencias cuando una mañana de ese modo tan repentino como es todo lo imprevisible Lucky se cae al piso y en esa caída aparecen las señales de aquella idea de final que todos tememos recibir: el cuerpo nos dice que irreversiblemente envejecemos.

El breve monólogo de James Darren – la pareja de Elaine LA mujer del bar- y la idea de que el otro te valida como alguien en este mundo, sin cambiarte y así seguís siendo el mismo, pero a la vez sos otro y tenés todo lo que se puede desear. Fin del monólogo. Si hay algo divertido en Lucky sin duda es la falta de cinismo en todo el relato, pero al mismo tiempo la posición radical de descreimiento de esas cosas que le quieren vender a Lucky: que tenemos alma, que el otro nos salva, que está bueno que se apiaden de uno en la vejez, de eso y de mucho más. Y se enoja con esas frases de mandar todo a la mierda, pero aún con ternura. Eso es Lucky, y eso es un hallazgo total.

Y el filme es un homenaje, todos los actores que aparecen en la película parecen estar ahí para festejar que Harry el verdadero Stanton está vivo en sus 89 años y parado frente a cámara nos conmueve con su pequeño gran universo de gestos mínimos y emociones grandes.

David Lynch en el rol de su amigo Howard, brilla a su lado, mirando el fin de la vida, las ausencias, las muertes, la vida que queda por vivir de una manera muy distinta a Lucky. Sufre la soledad, lo angustian las pérdidas y la vida sigue con en esa loca absurdidad que tiene de perseverar en su existencia.

Todos están presentes para este momento para hablar del presente o para recordar el pasado que marca terreno con sus certidumbres. Roy Livingston haciendo de abogado que le venderá a Howard un plan perfecto para el día de su partida, James Darren y sus consejos de amor en la barra del bar, Ed Begley su médico personal, Tom Skerrit y esa charla entre ex combatientes de una de las grandes guerras de la historia.

Así desfilan cada uno creando un círculo a su alrededor para que terminemos con el recuerdo de Lucky cantando en español una ranchera de amor que se nos hace entre graciosa y enternecedora, no solo ese momento y sino todo el filme de punta a punta.

El realizador Carroll Lynch preciso y austero en la mayor parte del relato mantiene una mirada ajustada sobre su protagonista, pero sin preciosismos formales que ocupen el centro de la atención.

Sin embargo, se luce en la mirada sobre Harry /Lucky los dos a la vez en una escena menos realista como la del sueño en el que en un espacio rojo vemos al personaje caminar hacia una puerta imprecisa. Allí Carroll lo filma como si lo viéramos caminar en los inicios de Paris,Texas confundido y perdido en las tierras desiertas y el sol rojizo del día sobre su pasos y como si ese rojo fuera un sueño de Twin Peaks donde fantasía y realidad se mezclan en un solo paso.

Después de Lucky ya no veremos más a Harry Stanton en la gran pantalla. Nos deja acá su testamento y la evocación de la vida que surcó en terrenos tan distintos como increíbles entre directores como Ridley Scott, David Lynch, Wim Wenders, Francis Ford Coppola, John Carpenter, actuando en más de 80 films a lo largo de toda su carrera.

Y como dijo Lucky en una escena casi final, como diría el Che y tratando de repetirlo en español, es una dulce despedida y… “HASTA LA VICTORIA SIEMPRE”.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria

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