Crítica: Licencia número uno (2008), de Matilde Michanie

Licencia número uno (Argentina /Alemania – 2008)

Guion y dirección: Matilde Michanie / Cámara: Ada Frontini, Pablo Zubizarreta, Sven Kische y Gaby Linke / Música: Fernando Manuel Diéguez / Edición: Alberto Ponce / Sonido: Máximo Pochiero, Rubén Piputto, Luger Hennig y Marcelo Roucco / Duración: 80 minutos.

El título refiere a la primera licencia entregada en Argentina a una boxeadora, correspondiente a Marcela “La tigresa” Acuña. Más allá de articularse sobre un relato biográfico, la película se puede pensar como una clásica película de boxeo, como un reivindicación de género, o, y esto me resulta muy interesante, como un caso concreto de lucha simbólica y material.

Lo que está ocurriendo, en este preciso momento (Michanié nos permite ser testigos, gracias a este presente constante que propone el discurso cinematográfico), es una de las tantas pujas que suceden en los distintos campos sociales. La directora hace visible en este caso una lucha, de las tantas que existen, y esto, más allá de la trascendencia del conflicto, sirve para entender como estas ocurren en general. Porque el boxeo femenino es un fenómeno que emerge en un campo decididamente machista y las resistencias, los espacios de poder, la dominación y los condicionamientos, más allá de lo explícito, recorren toda la película. Si se ejerce esta mirada, la película se enriquece.

Porque no solo aparece el discurso explícito de oposición, sino también una trama más compleja respecto de cómo se organiza el reglamento, los jurados, los árbitros, los sparrings. Todo esto es un modo contundente de ejercer la resistencia a un fenómeno que lleva más años que lo que parece. Pero más grave aun es la determinación sexual, esencial de la dominación de género: la boxeadora debe construirse como objeto de deseo masculino y debe asumir explotación económica de la mujer por su condición de tal (es interesante como queda claro que, aun siendo “buenos”, los hombres son depositarios del poder en la esfera material). Esto último implica la doble explotación: de clase y de género.

La trama se organiza de un modo muy interesante. A partir del viaje hacia combate en que Acuña ganará el título de mundo, la película retorna a su infancia, recorre su carrera y entrecruza relatos sobre el boxeo femenino. En ese devenir, en ese otro viaje, la biografía se cruza con el deporte y la pasión personal. Así se convierte en una clásica película de boxeo. Humilde, sacrificada, golpeada, “La tigresa” es un paradigma del boxeador. Su carrera es la parábola. Esta estructura no es inocente, pues así atrae fácilmente al cinéfilo, al amante del boxeo, a quien gusta del cine popular.

La película es bella. La imagen es cuidada y tiene momentos muy logrados. Tanto al comienzo, donde los pies juegan un lugar muy interesante narrativamente, como en las escenas de peleas, intensas y bien logradas. Estas últimas no solo convocan a la atracción primaria de las escenas de box en el cine, sino que muestran claramente las diferencias entre el box femenino y el masculino, como también la complejidad de las sesiones en el gimnasio.

Un problema que presenta la película es el ritmo. Envuelta en una suerte de espiral temática, hacia la mitad del film, el desarrollo abunda en el reportaje personal, convencional. Esto perjudica a la estructura en general. Por suerte retoma luego un trabajo rítmico más rico, que lleva a un muy logrado final.

El otro problema es más complejo. A pesar de lo dicho, de la explicita referencia a la construcción de la mujer boxeadora como objeto de deseo masculino, la mirada de Michanié, que sigue la mirada clásica del cine, no puede despojarse de un modo “masculino” de mirar. La cámara mira los cuerpos del mismo modo que en todo el clasicismo cinematográfico, y construye a esa mujer como aquel cuerpo deseable. Esta elección no es un rasgo de “machismo” en absoluto, sino una carga simbólica difícil de quebrar para las mujeres. No es fácil destruir más de cien años de mirada significante, para construir una mirada con otro sentido en términos de determinación sexual. Obviamente que también los hombres podrían trabajar para ello.

Acuña llena la pantalla con su presencia, tiene un magnetismo que esta película explota y agranda. Como el valor de un tema musical que adquiere una extraña belleza en este contexto.

Licencia número 1, como su directora, dice más de lo que habla. Eso es bueno.

Daniel Cholakian
@d_cholakian

 

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