Crítica: Demoniac (2019) de Pia Borg – Festival Frontera Sur

Demoniac (Australia – 2019)
Festival Frontera SurDisponible gratuitamente en Chile

Dirección, Guion y Dirección de arte: Pia Borg / Producción: Anna Vincent, Bonnie McBride, Pia Borg / Fotografía: Maxx Corkindale / Montaje: David Scarborough / Música original: Áine O’Dwyer, Księżyc / Sonido: Mike Darren / Duración: 30 minutos.

La idea de documental terror puede parecer un oxímoron, sin embargo, hay aspectos de la realidad que son más escalofriantes que lo que el cine puede ofrecer. Algo de esto asoma en Demonic la película de Pia Borg, estructurada a partir de dos casos de repercusión periodística y social. Uno es la publicación de un libro en 1980 llamado Michelle Remembers, investigación escrita por un psiquiatra y su paciente, el primer eslabón de una cadena de acusaciones en contra de una práctica denominada Satanic Sexual Abuse. El otro es un largo y costoso juicio en contra de una institución preescolar en California. El nexo que une ambos episodios es el cúmulo de acusaciones y memorias falsas.

Con este sustrato de base, Borg elude los acercamientos de la prensa amarillista y se concentra en ver cómo el cine puede ser esa cáscara que envuelve unos cabos más de la historia de la locura estadounidense para ofrecer un testimonio visual inquietante. En efecto, las cintas de Michelle Smith y del doctor Lawrence Pazder asoman como si provinieran de una invocación espiritista a medida que vemos espacios vacíos y escuchamos la respiración de la protagonista. Las pausas y los silencios siempre serán más aterradores. El juego promete, siempre y cuando uno esté dispuesto a participar de la experimentación con materiales y signos pertenecientes al imaginario genérico del terror. Allí están los pasillos de El resplandor de Kubrick, pero sin Jack Torrance caminando por ellos, o la sombra de El exorcista de Friedkin en los archivos de las prácticas aludidas, donde la gente se sacude como poseída.

Pero es en esos tramos de espacios vacíos por donde la cámara se desplaza coreográficamente donde más se acentúa lo siniestro, porque se trata de lugares momificados, impolutos. El uso de CGI otorga un hiperrealismo que interpela la percepción en tanto y en cuanto debemos dilucidar qué es lo real o no del mismo modo que dudamos de la veracidad de los testimonios sobre los casos. Y en esa alternancia entre las imágenes creadas y las otras, las ya difundidas y recontextualizadas, el horror está fuera de campo y es una zona vedada que no irrumpe para ensuciar una película también “limpita” y calculada.

El tiempo que dura la experiencia estética es el justo, una invitación a esa zona borrosa de los propios pánicos morales y de las máscaras detrás de la civilidad.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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