Crítica: Verano 1993 (2017), de Carla Simón

Verano 1993 / Estiu 1993 (España – 2017)
BAFICI 2017: Competencia internacional

Dirección y guion: Carla Simón / Producción: Valérie Delpierre / Dirección De Fotografía: Santiago Racaj / Intérpretes: Laia Artigas, Paula Robles, Bruna Cusí, David Verdaguer, Fermi Reixacha / Duración: 98 minutos.

Los festivales suelen ser un refugio de esnobismo diletante. Alguien una vez me recomendó amablemente que viera una película llamada Diez cielos, esto es, diez planos fijos de diez minutos cada uno de cielos. Le agradecí con delicadeza pero le dije que si quería ver cielos lo tenía a John Ford. Son reacciones típicas de tiempos en los que uno reniega ante la cantidad de cintas vistas en lapsos breves pero también es cierto que existen películas que marcan un antes y un después y cuya sombra se presenta como problemática frente a todo lo que venga después. En este sentido se podría pensar en qué difícil es filmar el rostro de un niño en el cine español luego de haber visto a Ana Torrent con Erice en El espíritu de la colmena  (lo mismo ocurre con Favio y Crónica de un niño solo en nuestro país). Sin embargo, Carla Simón se atreve valientemente al desafío y ofrece un sincero, legítimo y conmovedor retrato de la tristeza desde la veraniega mirada melancólica de una niña increíble. No hay grandes relatos; sí dos o tres momentos hermosos que valen la película.

La historia encierra un drama, sin embargo esto no implica que la directora lo explote continuamente ni que exacerbe situaciones que conduzcan al llanto fácil. No solo tiene en claro que trabaja con niñas y que hay una corriente miserabilista capaz de sacudir a la butaca con mensajes sensibleros, además, sabe que hay allí un potencial de belleza fotogénica. Por ello se consagra a capturar momentos, lapsos de tiempos muertos, donde el rostro de Frida (la niña de seis años que afronta como puede la pérdida de su madre con su nueva familia adoptiva ese verano que reza el título) escribe en pantalla el dolor contenido con la gracia que solo el cine puede ofrecer cuando hay alguien sensible detrás de cámara. Y como la mirada es la una pequeña según el período estival que le toca vivir, vemos con ella el mundo de los adultos desde los bordes, espiando a través de las puertas, escuchando en las cercanías de conversaciones, golpeando las ventanas para llamar la atención por su condición de extranjera en un hogar que le imponen con bondad y amor. La percepción es reforzada con los encuadres y con planos donde el punto de vista subjetivo se sostiene. En el conjunto de escenas destinadas a captar esta perspectiva se destaca una que es notable por su belleza. Frida está sentada en un salón en el que tocan una canción popular y las parejas bailan. Ella mira y el rostro de soledad y de no pertenencia a ese universo de alegría (a pesar de su deseo) expresa la imposibilidad de conectarse afectivamente. Parece algo pequeño pero representa un verdadero desafío hallar esa mirada y al mismo tiempo saber mirarla. Otros logros son los intercambios gestuales y verbales entre las nenas que, presumo, deben haber llevado horas y tal vez días para que no se desnaturalicen.

Nada es fácil para nadie. Los padres ven sacudida su estructura de vida rural con los juegos, las preguntas y la lógica inestabilidad emocional de la niña, breves instantes de tensión que son apaciguados luego sin chantaje emocional. El tiempo se cocina en una sumatoria de planos cuya búsqueda apunta a no soltar jamás a Frida y no hay arbitrariedad en esta decisión (como ocurre con gran porcentaje de filmes que podemos encontrar en festivales) dado que existe un punto de llegada a la mejor escena de la película, tan natural como dramática, tan pura como creíble: es el despertar a la vida, ese viaje sinuoso en el que, como dice la canción, “la vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Y es un despertar para nosotros porque ya no sabremos qué le depara el futuro a Frida y si la balanza se inclinará para el lado de la alegría o de la desazón. Cuando todo parece conducir a un camino reparador, hay un brote de genuina tristeza que conmueve, el último eslabón de una cadena de logros que ponen a Estiu 1993 en uno de los puntos altos de la competencia.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

Artículos recientes

Artículos relacionados

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí