BAFICI: Crítica de «Le Fils de Joseph» de Eugène Green

Le Fils de Joseph (Francia / Bélgica – 2016) de Eugène Green
BAFICI 2016: Película de apertura

Dirección y Guion: Eugène Green / Fotografía: Raphaël O’Byrne / Montaje: Valérie Loiseleux / 
Dirección de Arte: Paul Rouschop / Música: Adam Michna
 Otradovic, Emilio de Cavalieri, Domenico Mazzocchi / 
Producción: Francine Jacob, Didier Jacob, Luc Dardenne, Jean-Pierre Dardenne / 
Intérpretes: Victor Ezenfis, Natacha Régnier, Fabrizio Rongione, Mathieu Amalric, Maria de Medeiros / Duración: 
115 minutos.

Hay un rasgo que distingue a Le Fils de Joseph de La sapienza (2014), el anterior filme de Eugène Green, una llave posible para ablandar el cerrado y particular universo del director, fundado en el distanciamiento emocional con respecto al espectador y el antipsicologismo de sus criaturas. El mismo se sostiene sobre la base de una atractiva paradoja, a saber, cómo conciliar la idea de comedia en el marco de un buscado estatismo formal a base de encuadres y de diálogos filmados con planos/contraplanos  frontales en los que los personajes miran a cámara. El juego funciona, es seductor y bastan dos o tres líneas de diálogo, dentro de una parquedad comunicativa forzada, y la aparición de Mathieu Amalric (genial como siempre) en el papel de un agente literario, villano absoluto y encantador, que ha sido un desastre con sus hijos. En un momento dice “los detalles me aburren” y esa es la excusa por la cual justifica el olvido de sus nombres. Son esas pequeñas dosis las que le otorgan a la película un aire de liviandad frente a temas pesados existencialmente.

Dividida en cuatro capítulos, que continúan la referencia bíblica del título, la historia se centra en Vincent, un joven que creció con su madre y ahora decide descubrir la identidad del padre. Sus investigaciones lo conducen al maquiavélico y sinvergüenza Oscar (Amalric); su carácter lo pone en un contexto de diferencia con respecto a los amigos. Poco comunicativo, irritable, vuelca el desconocimiento de la figura paterna en un enorme cuadro de Caravaggio, “El sacrificio de Issac”, estampado en una de las paredes de la habitación como si fuera el de una banda de rock. Se trata de un signo más de disociación entre los espacios y los objetos que la puesta en escena se encarga de señalar desde el comienzo, cuyo efecto es el extrañamiento ante lo que vemos y entendemos como realidad. De este modo, una relación sexual podrá ser vista desde los resortes de una cama, los decorados de la casa estarán inundados de color azul  y de un plano exterior cotidiano podremos pasar casi imperceptiblemente a otro de conmovedora belleza (el protagonista caminando entre los árboles por un camino sombrío). Así de libre se muestra Green con tenues movimientos de cámara que parecen tapar con su levedad los continuos desplazamientos de los personajes en tránsito por la ciudad  (una herencia de la Nouvelle Vague). Para ello, el montaje es eficaz. Las elipsis establecen una economía tal en el relato que el pasaje de un acto a otro permite hacer avanzar la trama fluidamente. Toda la secuencia disparatada en la oficina en la que se infiltra Vincent para espiar a Oscar representa una inserción de códigos propios de la comedia que, sin invitar a la risa fácil, se disfrutan enormemente.

Si el arte está presente en todos lados no es para construir un discurso necesariamente solemne o enciclopedista sino para instalar un registro paródico y  entablar relaciones generacionales. Vincent escupe su bronca (“nadie me quiere y yo no quiero a nadie”), sin embargo, su identidad se verá alterada cuando conozca a Joseph (Fabrizio Rongione), su tío. Además de iniciar un periplo geográfico y vivencial, el vínculo entre ambos servirá para introducir algunas preguntas frecuentes en el director: ¿cómo compatibilizar el arte con la vida?, ¿cómo captar el pasado artístico bajo la lente del presente? En todo caso, las respuestas no se dan desde un marco solemne. Nuevamente, algunos pasajes de los diálogos parecen apropiarse del discurso bíblico para ponerlo en un terreno paródico: “¿Qué puedo hacer para ser bueno?” pregunta Vincent y entonces Joseph agrega “Escucha la voz de Dios”. El tono, la postura corporal inmóvil y la situación ponen al espectador en la disyuntiva entre la risa y la reflexión. A medida que la película avance, las citas bíblicas (reforzadas musicalmente) se acentuarán  y serán determinantes las experiencias de los personajes, fundamentalmente la de Vincent, para transformarse.

Hay una imagen recurrente en el filme. En la misma vemos a los protagonistas caminando de espaldas sin un rumbo preciso. Tal vez sea otra forma de movimiento asociada a la libre dirección de Le Fils de Joseph, siempre abierto a aceptar que entre el drama y la comedia existe un puente a punto de quebrarse.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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