El ciclo Film Noir, uno de los mejores antídotos para combatir el calor, continua en el MALBA con el filme Asesinos en fuga (Crashout, 1955) de Lewis Foster. Este trabajo forma parte del horizonte de películas que involucran al sistema penitenciario como marco, una fortaleza que suele aparecer mostrada en varios comienzos de este ciclo y que se erige desde ángulos en contrapicado como un reducto al que nadie escapa o muere en el intento. Un poco más lejos llegan los seis convictos de esta historia en un frenético inicio filmado como si se tratara de un documental, para dar lugar a una trama que se sostiene a partir de la tensión entre ellos, quienes sacan a relucir anhelos y miserias. Se trata de un filme crudo, sin careta, de un realismo sin concesiones. “Matar para seguir libres” es el único lema que mantiene Van, el líder del grupo, pese a que el encuentro circunstancial con mujeres durante el itinerario de la fuga altere los planes. La permanente atmósfera de violencia que impregna el relato es de una audacia poco digerible para la época y al igual que en las películas de John Huston, un momento de incertidumbre, un leve retraso por un capricho fetichista, resultan determinantes para convocar a la fatalidad y caer en el fracaso. En esta segunda etapa del género carcelario que surge a partir de los años cincuenta, los muros y las puertas gigantes son la gran cáscara que encierran relatos donde la intensidad crece inversamente proporcional a la empatía que los protagonistas ejercen en el espectador. El código Hays ya ha declarado que es indeseable dar demasiada importancia a los presos como para que la pantalla los muestre demasiado humanos. De todos modos, Foster se las ingenia para no caer en el estereotipo y conforma un atractivo y diverso grupo de hombres, de procedencias diversas que, aun embarcados en la misma misión, se enfrentan con sus diferencias. Motivo suficiente para engancharnos con el sinuoso trayecto que deberán recorrer.
La cosa continúa de la mejor manera con dos realizaciones del prolífico artesano Robert Siodmak. La dama fantasma (Phantom Lady, 1944) es una de ellas y conlleva el síndrome de William Irish, una referencia ineludible para varias ficciones de mediados de los años cuarenta basadas en sus novelas de tinte psicológico y criminal. “Ninguno de los dos debemos estar solos esta noche” le dice el protagonista al comienzo a una enigmática mujer a la que ha conocido en un bar, ese universo consagrado a los encuentros fortuitos y disparadores de miles de enigmas. A partir de un crimen y una desaparición, asistiremos a un sostenido clima de ambigüedad apoyado en escenarios expresionistas. Como suele ocurrir, cada jornada ofrece una escena antológica. En este caso, la joven heroína busca la verdad y para ello duplicará su identidad, hecho que la hará flirtear con un baterista. En un momento ingresan a un ensayo y un solo de batería será la manera de representar algo así como una excitación devenida en orgasmo, un ejemplo más de la creatividad y la audacia enmascaradas para enfrentar a la censura establecida.
Amor que mata (The Strange Affair of Uncle Harry, 1945) es el otro filme programado de Siodmak en el que George Sanders es un tipo de clase llamado Harry Quincey cuya fortuna no se condice con su frágil carácter. El tipo vive en una casona, un entorno femenino opresivo que incluye a Littie, su hermana, quien posee una extraña obsesión hacia él y que hará lo imposible para que no se case con una linda morocha. Si en La dama fantasma mencionábamos el apellido Irish, aquí la curiosidad se llama Hitchcock por tres motivos. El primero de ellos se relaciona con Joan Harrison, la productora de la película, quien acompañó al maestro como secretaria asociada, y que se vio presionada para alterar el final de la historia (fácilmente comprobable cuando se lo ve). El segundo dato es que la voz en off que se escucha al principio presentando el marco del propio Hitchcock. Y el tercero nace de una filiación estético/formal en la medida en que los ambientes de esta casona aristocrática recuerdan a Rebecca de 1940, con sus toques lúgubres, mujeres malvadas y elementos propios del imaginario dramático de los cuentos maravillosos donde los comportamientos malvados atentan contra el amor de una pareja y los objetos cobran especial relevancia (por acá desfilará una dosis de veneno crucial para la trama). El personaje de Geraldine Fitzgerald recuerda al ama de llaves de Rebecca y tiene el demonio de la perversidad en el cuerpo, condición suficiente para intentar retener al pobre Harry. Película de mujeres fuertes, atractivas, que toman la iniciativa, capaces de enfrentar cualquier orden establecido hasta las últimas consecuencias, tal vez una de las marcas particulares de un filme intenso y provocador con su incómoda mezcla de incesto y sadismo.
PROGRAMACIÓN COMPLETA DEL CICLO
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant