Crítica: Método Livingston (2019), de Sofía Mora

Método Livingston (Argentina – 2019)

Dirección y Produccion ejecutiva: Sofía Mora / Guion: Sofía Mora, Candelaria Frías / Producción: Néstor Frenkel / Fotografía: Matías Iaccarino / Edición: Iair Attías / Sonido: Guido Deniro / Música: Gonzalo Córdoba / Intervienen: Rodolfo Livingston, Nidia Marinaro, Eduardo Cárdenas, Alfredo Moffatt / Duración: 72 minutos.

Así como debe ser difícil despegarse de la marca de los hermanos Dardenne cuando producen, no debe haber sido fácil para Sofía Mora apartarse del universo fílmico de su productor, Néstor Frenkel. Y de hecho uno puede reconocer las principales marcas en Método Livingston sin que ello afecte necesariamente el resultado de la película ni la labor notable de la directora, sobre todo para conjugar y condensar horas de filmación en torno a la entrañable figura de este exitoso, polemista e innovador arquitecto llamado Rodolfo Livingston. El carisma del personaje y su obra ya justifican el visionado del documental, pero siempre será diferente la naturaleza de un ser humano real y lo que la pantalla pueda transmitir del mismo. La fuerza lograda aquí (que antes podía entenderse como parte de la fotogenia que el celuloide confería) es posible gracias a un montaje que tiene en claro dónde cortar, qué rescatar, qué archivos incluir, entre otros procedimientos. Todo está, pero es la documentalista quien los organiza en un modo narrativo que alterna la esfera privada (escenas familiares, espacios cotidianos, amigos) con la pública (apariciones televisivas, cargos públicos, clases). Y en estos ámbitos aparecen verdaderos hallazgos, entre ellos, una nota a Livingston en la embajada de Cuba cuando falleció Fidel Castro, el relato de cómo el académico y conservador Horacio Salas lo desplazó de su cargo durante el menemato, el reencuentro con una antigua novia y por supuesto las clases/conversaciones sobre el propio método en cuestión.

Pero hay un aspecto más, que excede al personaje mismo y que puede leerse como un subtexto ideológico. Mientras centenares de documentales se caen en un pozo de agobio subyugados por el imperativo narcisista en su enunciación, Mora le cede el protagonismo a un infrecuente humanismo, sobre todo en los tiempos que corren. Y ubica la(s) historia(s) en un presente que demanda esta clase de visiones y de pasiones frente a la impersonalidad y la indiferencia. Uno de los principios clave para ejercer la profesión es la pasión; el otro, la solidaridad. En tiempos de clientelismo, cifras económicas tiradas al vacío robótico por ministros y políticos encerrados en torres de cristal, ciertas imágenes del pasado tienen una resonancia especial. Por ejemplo, el paseo discursivo que le propina Livingston a Bernardo Neustadt en su propio programa cloaca llamado “Tiempo nuevo”. Se trata de un segmento notable por el desenfado con que enfrenta al periodista colaborador de las peores etapas de la historia argentina en el mejor terreno posible. Tales gestos, ausentes por lo general en el mundo del patoterismo anónimo y de la vulgaridad estandarizada gracias al comentario pasajero, son dignos de reivindicar en una figura como Rodolfo Livingston. La claridad de sus conceptos, su forma de transmitir conocimiento y fundamentalmente su pasión son atributos que Mora sabe enaltecer en pantalla y que, más allá de un homenaje (palabra que Rodolfo hubiera asociado con los crueles formatos de la vejez), es un acto de admiración transferido al espectador.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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