Crítica: Les gardiennes (2017), de Xavier Beauvois

Les gardiennes / Las guardianas (Francia / Suiza – 2017)

Dirección: Xavier Beauvois / Guion: Xavier Beauvois, Frédérique Moreau, Marie-Julie Maille / Fotografía: Caroline Champetier / Montaje: Marie-Julie Maille / Música: Michel Legrand / Producción: Sylvie Pialat, Benoit Quainon, Pauline Gygax, Max Karli, Michel Merkt, Romain Le Grand, Vivien Aslanian / Intérpretes: Nathalie Baye, Laura Smet, Iris Bry / Duración: 134 minutos.

La película de Beavois destila elegancia sin que ello afecte necesariamente el conjunto. Ambientada en la primera guerra mundial, el título hace alusión a las mujeres que deben resguardar el hogar y trabajar mientras los hombres acuden al campo de batalla. No vemos (por suerte) escenas de conflicto bélico (más allá de una licencia a raíz de una pesadilla), en todo caso asistimos a la espera de aquellos que tienen que regresar. Los resabios de la guerra están en los rostros, en las voces apagadas y en brotes de delirio que manifiestan los hombres. Hay un interesante manejo en la profundidad de campo de esos caminos por los cuales retornan en medio de la bruma: son los fantasmas en vida que han experimentado el terror.

Sobre este fondo, el director se ocupa de filmar a las mujeres, las verdaderas combatientes, las que trabajan la tierra y mantienen la esperanza de que el horror acabe. Para ello se toma su tiempo con una continuidad de secuencias que, previamente a que se arme el otro conflicto, el romántico, se ocupan de establecer el marco. Allí vemos de qué modo una familia sostiene una granja con la ayuda de Francine, una joven contratada para ayudar y que progresivamente se instala como parte de la comunidad. En todo este primer tramo principalmente se respira corrección estética, una narración más bien reposada y un registro que se apoya más en silencios, gestos y miradas. Un travelling inicial sobre cuerpos caídos en combate en medio de la niebla presagia lo peor, sin embargo, más allá del virtuosismo técnico, hay una historia de amores desencontrados e interrumpidos por la guerra. A medida que los años pasan, los cambios en el contexto se trasladan a la vida de la casa y a sus protagonistas.  En este lapso que abarca la segunda parte, asoma el folletín. Los rumores alrededor de la campiña sobre las mujeres que se entregan a los soldados americanos perjudican a la joven  y es despedida del lugar. Su historia de amor epistolar con Georges (uno de los hijos) se trunca. Estamos en el terreno del melodrama, pero despojado de exaltaciones. En todo caso, Beauvois prefiere mantener el equilibrio emocional y apostar por el cálculo. Su mirada se deposita en la tierra, alejando y acercando el punto de vista de la cámara, ya sea para que veamos el esfuerzo de estas mujeres como para comprender la importancia que tuvieron en una guerra que aquí está fuera de campo. En ese espacio inconmensurable, el paisaje es enorme como la soledad que las apremia sin sus hombres.

Pese a la fuerza que existe entre estas mujeres, cuando Hortense rompe el código de gratitud y confianza hacia Francine para cubrir a su hija, condicionada por los rumores que corren, el núcleo laboral y afectivo se altera. Hortense sacrifica a Francine y la envía lejos. Esta actitud al estilo de Bernarda Alba la transforma en otra clase de guardiana, una especie de leona que cuida a su familia a pesar de la injusticia cometida. Un cruce  posterior de miradas entre ambas pondrá las cosas en su lugar. Mientras tanto, el destino de la joven es el canto y la escena final (que me recordó bastante a Paths of Glory / La patrulla Infernal de Stanley Kubrick) con el primer plano sonriendo del rostro confirma el triunfo de su batalla personal.

Sin estallidos y con un estilo narrativo clásico, la película ostenta solidez más allá de que le sobran algunos minutos y esté más cerca de un correcto telefilme que otra cosa.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

 

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