Crítica: Inside (2023), de Vasilis Katsoupis – BAFICI 24

Inside (Grecia – 2023)
24 BAFICI: Panorama Nocturna

Dirección y Guion: Vasilis Katsoupis / Producción: Giorgos Karnavas, Marcos Kantis, Dries Phlypo / Director de fotografía: Steven Annis / Edición: Lambis Haralambidis / Música: Frederik Van de Moortel / Intérpretes: Willem Dafoe, Gene Bervoets, Eliza Stuyck / Duración: 105 Minutos.

El segundo film de Vasilis Katsoupis inicia con la voz en off de su protagonista, William Dafoe, contando una historia de su adolescencia, que parece bastante anecdótica durante todo el relato hasta el final, donde todo cobra sentido, revelando su mensaje: los objetos y las personas son efímeros, el arte es eterno.

Dafoe interpreta a un ladrón de arte, del tipo que le fascina tanto al cine: inteligente, oscuro, atormentado y talentoso, no sólo para el crimen, sino para el dibujo en este caso. Durante un robo en un edificio de lujo que bien podría definirse como un country vertical, el ladrón queda atrapado dentro de la vivienda por una falla inesperada de su socio y gracias al sofisticado sistema de seguridad la misma. Con su dueño en el extranjero, el ladrón deberá buscar escapar, por un lado, y lisa y llanamente sobrevivir, por el otro.

Su tiempo se debate entre la búsqueda de un escape y el conocimiento de este nuevo ecosistema en el cual tiene que habitar. El afuera sólo es mostrado a través de una cámara de seguridad y desde el interior. Ese mundo que rodea al edificio pareciera no tener vida, ser una ciudad abandonada en un escenario postapocalíptico, reforzado por un helicóptero que sobrevuela permanentemente la construcción. Así, el departamento se convierte en una especie de arca de Noé deshabitada, una cápsula enviada al espacio con todo lo que la sociedad considera valioso para conservar. En este caso, ese valor es el arte, ya que el dueño es un importante coleccionista de arte contemporáneo. El diluvio bíblico, sin embargo, va a ocurrir en el interior del arca, como en la Solaris de Tarkovsky.

En el devenir de su supervivencia, el ladrón comienza a crear sus propias obras de arte: instalaciones, esculturas y dibujos. Algunas de ellas voluntarias y otras involuntarias. En ese proceso, sin decirlo, sin voces en off declamatorias o educativas, el director hace una profunda reflexión sobre el arte y los objetos, su significado, su utilización y su resignificación.

La película es atrapante de comienzo a fin a pesar de contar con un escenario único y un solo actor. Es claro que esto puede sostenerse gracias a un intérprete de la talla de William Dafoe, quien hace actuar a todo su cuerpo; cada músculo, cada arruga, cada gesto contiene un mensaje. Es esta actuación la que, sumada a la puesta en escena del director, evita el carácter teatral en el que podría haber sucumbido una historia de estas características. Es una obra hecha para el cine, para ser admirada en una pantalla lo más grande posible para no perdernos ningún detalle de ese rostro y de ese cuerpo. El final bien podría funcionar como una metáfora del paso del hombre (el ladrón) por el mundo (el departamento). De ser así, estamos frente a un filme que no podría ser más bellamente pesimista.

Por Martín Miguel Pereira

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