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Crítica: Habitación 212 (2019), de Christophe Honoré

Habitación 212 / Chambre 212 (Francia – 2019)
Estreno en cines

Dirección y Guion: Christophe Honoré / Fotografía: Rémy Chevrin / Montaje: Chantal Hymans / Escenografía: Stéphane Taillasson / Intérpretes: Chiara Mastroianni, Vincent Lacoste, Camille Cottin, Benjamin Biolay, Marie-Christine Adam, Carole Bouquet, Stephane Roger / Duración: 87 minutos.

Dirigido por Christophe Honoré, este filme se presentó en la sección Un certain regarde de la edición 72 del Festival de Cannes. Habitación 212 refiere al cuarto de hotel donde María, una esposa infiel y cuarentona, se refugia para pasar la noche en la que decide abandonar a su marido Richard, después de que él hubiera descubierto su amorío con un hombre mucho más joven. Con recursos del teatro, el filme abre y cierra puertas y ventanas, al mejor estilo del vodevil, para dejar entrar fantasmas, es decir, lo fantástico dentro de un relato que termina enterrándose debajo de las gruesas capas de inconsistencia y frivolidad, y de la pesada carga de la corrección política pequeñoburguesa.

María (Chiara Mastroiani) es profesora de Historia de la Justicia y los Procedimientos Legales. La vemos, ya desde la primera escena, en compañía de su latin lover, mucho más joven, un chileno llamado Asdrúbal Electorado (Harrison Arévalo). Al llegar a su casa, su marido lee los mensajes de Asdrúbal, que le prometen eso que él, Richard (Benjamin Biolay), su marido, ya se ha olvidado… La premisa del filme sería, si pudieras volver el tiempo atrás, volverías a elegir a tu consorte sabiendo de antemano en lo que se convertirá…Tanto Mastroiani como Biolay fueron pareja en la vida real y se divorciaron hace diez años.

Richard, desairado y furioso, tira el celular dentro del lavarropas con las prendas sucias después de que su mujer tuviera sexo con su amante. El celular arrojado dentro del lavarropas, que simbólicamente pasará el crimen de la infidelidad por agua y jabón, para luego terminar siendo retorcido en el centrifugado, es la metáfora más perfecta del filme. Porque a partir de esta escena de lavado y centrifugado, el guion resultará tan insípido como trivial, a pesar de los tramos luminosos en donde los muertos reaparecerán curiosamente con mucha más vitalidad de la que tienen los que están vivos.

Si la comedia, desde sus orígenes griegos, se ha planteado como la instancia de liberación de ataduras, insurrección del espíritu y revuelta del cuerpo, una especie de puesta en escena del carnaval, en donde los personajes se quitan una a una las máscaras de la corrección, la moralidad y la decencia, en el caso de Habitación 212 el tono de comedia saldrá tan raudamente por la ventana como el tono lúdico y transgresor que apenas entra por una puerta con la gracia de un Charles Aznavour (Stephane Roger), saldrá por la otra con la pesadez de un pelmazo como la de su marido Richard. Así lo que debía ser un juego, un puro entretenimiento, de eso se trata la comedia, se transforma en un ejercicio moralizante y pedagógico, de retribución a la obediencia, fidelidad a toda prueba, y castigo a su transgresión.

María harta de las recriminaciones de Richard por sus infidelidades decide cruzar la calle y pasar la noche en la habitación 212 del hotel frente a su casa. Una vez dentro de la habitación, acostada y desnuda, se le presentará la versión más joven de su marido, no tan pelmazo pero igual de amargado, quejumbroso y aburrido. Tras una breve conversación, su privacidad e intimidad serán violadas, repetidamente,  recibirá una serie de visitas que vienen a verla desde el otro mundo. Así sus amantes proliferarán como mosquitos dentro de su habitación, junto a Charles Aznavour, que inexplicablemente se presentará a sí mismo como la voluntad de María, y luego, como era de esperarse harán la entrada su madre y su abuela representando el poder marcial y policíaco que ante la amenaza de un cuerpo extraño o la latente posibilidad de una nueva transgresión al orden familiar vendrán a restablecer el supuesto orden. Por eso ese tribunal constituido por las dos venerables damas se convertirá en una máquina de guerra para atacar y fulminar la amenaza constante. Tanto madre como abuela constituirán el tribunal inquisitorial del juicio al que será sometida la pecadora. Con lista en mano pronunciarán en voz alta el nombre y apellido de todos y cada uno de sus amantes más para regocijo que para el bochorno de María.

Todas las parejas más tarde que temprano se enamoran y desenamoran, se encuentran y desencuentran, se aman o simplemente dejan de amarse. Poco importa si María ha perdido interés en Richard, o haya dejado de amarlo, o si se aburre a su lado, lo importante es lo que marca el artículo 212 del Código Civil que dicta que los cónyuges se deben fidelidad, respeto y asistencia. En todo momento, y bajo toda circunstancia. Lo que sienten es lo que menos importa. Por eso será visitada por los fantasmas, para mostrarle lo que le ocurrirá si no recapacita…Por otra parte, Richard será visitado por un antiguo amor, Irene, su profesora de piano, de la que se enamoró en su juventud, pero a la que abandonó finalmente por María.

La buena comedia siempre sorprende, incluso incomoda porque provoca derrapes, trastoca y subvierte valores, para que finalmente se llegue a una nueva realidad reconfigurada. Esta comedia de Honoré no termina nunca de arrancar y de alzar vuelo. Se queda carreteando sobre la pista simplemente porque su carga es demasiado pesada como para que pueda despegar. Habitación 212 se conforma con provocar un creciente desconcierto, jamás intentará sacudir o sorprender, apenas le basta con entretener, para dejarnos con esa extraña sensación algo frustrante entre lo que esperábamos y lo que aconteció, algo así como una vaga idea de lo que pudo haber sido, pero no pudo ser.

Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico

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