TV: Crítica de «ACS: El asesinato de Gianni Versace»

American Crime Story: The Assassination of Gianni Versace (Estados Unidos – 2018)

Creadores: Scott Alexander, Larry Karaszewski, Tom Rob Smith / Productores: Alexis Martin Woodall, Chip Vucelich, Lou Eyrich, Eric Kovtun, Eryn Krueger Mekash, Maggie Cohn / Intérpretes: Judith Light, Aimee Mann, Finn Wittrock, Joanna P. Adler, Joe Adler, Giovanni Cirfiera, Annaleigh Ashford / Episodios: 9 / Cadena original: FX (En Estados Unidos y América Latina).

AMERICAN PSYCHO STORY

La segunda temporada de American Crime Story esconde, como la primera temporada, un engaño en su mismo título. Pero este ardid es de los que nos benefician a los espectadores. El relato poco tiene que ver con Giani Versace, pero el personaje asegura una visibilidad y cierto rating (si se puede seguir usando esa palabra) para poder financiar semejante proyecto. La serie gira alrededor de su asesino: Andrew Cunanan. Así como la primera temporada trataba de la fiscal del caso OJ Simpson.

ACS es, de alguna manera, un estudio psicológico de personaje pero no es de ninguna manera “psicologista” (concepto que detestaba Jorge Luis Borges en el cine). Los guionistas no tratan de explicarnos –y mucho menos justificar– el derrotero criminal de Andrew, como si una mala infancia o algún hecho traumático pudiera encender en un individuo el deseo criminal. Sin embargo, no se desentienden de su pasado; si bien no imponen una lógica causal entre infancia/crimen sí tienen algo que decir al respecto. Andrew está loco o, poniéndonos un poco más cientificistas, es un psicópata, eso no iba a cambiar si su vida familiar tomaba otro rumbo. Pero sí hubiera cambiado la peripecia, hubiera sido distinta su forma de llevar esa condición.  Michael Myers y Norman Bates tienen formas muy distintas de manifestar su patología y por eso hay una película distinta para cada uno. Por qué una persona hace lo que hace es algo que probablemente no tengamos nunca capacidad de comprender cabalmente, pero sí podemos atisbar a desmenuzar los motivos de las formas.

El caso no es lo único que cambia entre temporadas. Cuando el producto es realmente bueno, la forma está al servicio del contenido, nos dice algo más profundo, algo que las palabras no pueden decir. La Historia (con mayúsculas) la conocemos (o podríamos conocerla) y es por eso que es difícil utilizar la sorpresa y el suspenso como herramientas narrativas. Pero aquí esa coyuntura es enfatizada por una postura radical de privarnos de todo tipo de sorpresa. De cada unidad dramática conocemos primero el desenlace y luego hay una regresión temporal para mostrarnos la previa.

A pesar de lo dicho, la historia de Giani Versace es sumamente importante para el relato tanto en lo narrativo (la peripecia) como en lo simbólico. Esto nos lleva a una de las grandes diferencias con la primera temporada y uno de sus numerosos aciertos: el montaje. Lejos de la lógica cronológica del relato del caso OJ Simpson, en la segunda temporada  el montaje es temático y hasta intelectual (con un uso no tan evidente como el de Serguéi Eisenstein). Esa deconstrucción cronológica no responde a un efectismo estético sino que a través de la forma se narra una subtrama que es la que conecta la vida de Giani Versace con la de su asesino más allá de este hecho. El modisto funciona no sólo como contrapunto sino como metáfora y alegoría.

En la capa superficial, podemos contraponer el duro esfuerzo realizado por Versace para “ser alguien” contra la vagancia crónica y parasitaria de Andrew en condiciones equiparables. Allí la diferencia estaría dada por el apoyo familiar. Pero lo importante no es esto sino que Andrew nunca supo realmente qué quería ser, eso lo separa de Giani. Lo que ACS nos dice en ese maravilloso plano final es que la grandeza no sirve por la grandeza misma sino que esa es la forma que adquieren los sueños materializados.

Por Martín Miguel Pereira

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