Garoto (Brasil – 2015)
Festivales: Locarno (Tela Brilhadora), Kerala (Sección oficial), BAFICI (Autores), Filmadrid (Foco).
Dirección: Júlio Bressane / Guion: Júlio Bressane, Rosa Dias / Fotografía: Pepe Schettino / Edición: Rodrigo Lima / Dirección de arte: Moa Batsow / Sonido: Damião Lopes / Producción: Júlio Bressane, Bruno Safadi / Intérpretes: Marjorie Estiano, Gabriel Leone, Josie Antello / Duración: 76 minutos.
No es de fácil acceso el cine de Bressane. Esto, lejos de ser un impedimento, va como elogio en un mapa donde predominan los lugares comunes, aún en festivales de prestigio. A lo largo de su carrera ha construido un modo de expresar con imágenes que se sostiene siempre en los bordes de un cine experimental poco complaciente con el gusto masivo y más preocupado por establecer una genealogía con grandes nombres a través de la cita o de la representación en pantalla. De este modo, en Miramar (esa película que escandalizó a varios en una edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata por el año 1997), un personaje nos muestra un libro de Sergei Eisenstein y cita a Cocteau. Luego, en Días de Nietzsche en Turín (2001), el filósofo es retratado en la intimidad durante su estadía en la ciudad italiana en 1888, etapa donde escribe sus mejores textos. Bressane obvia las reglas de cualquier biopic convencional para captar la sensibilidad del hombre en un lugar que se le presenta propicio para sus desbordes intelectuales. Se trata de un notable ensayo, sin diálogos, en el cual se destaca la imponente figura de Fernando Eiras con exacerbados bigotes y ceñuda mirada.
Dos años más tarde, con Film de amor, propone una película de cámara asfixiante, en la que tres amigos pasan un fin de semana encerrados en una habitación. Es la forma que tienen de enfrentar la rutina y entregarse a un juego de representaciones en la que prueban diversos juegos en torno al sexo y al amor. Las pocas palabras que pronuncian los protagonistas son filosas y sientan posición. Una de las mujeres advierte: “Una lengua es un modo único de sentir el mundo”. En el universo creativo de Bressane la cita es un elemento ineludible para constituir “esa lengua”, por eso no es de extrañar que en Garoto tome como punto de partida a Jorge Luis Borges, el escritor por antonomasia en términos de apropiaciones y reescrituras. Básicamente se trata de una historia de amor que parte del cuento El asesino desinteresado Bill Harrigan, publicado en Historia universal de la infamia en 1935. La adaptación es libre y las palabras borgeanas son reemplazadas, en todo caso, por una exploración visual de los estados de una relación de pareja. Ya desde el comienzo el plano detalle de una tortuga fuera de foco nos prepara para un terreno donde los significantes circulan sin tener que apresarlos en significados ocultos. A continuación alguien indaga unos dibujos a oscuras y se escucha “secuencia uno, toma uno”. La voz del director da instrucciones acerca de los ángulos más convenientes, oficiando de intermediario entre la pantalla y los espectadores, cuya paciencia es llamada a hacerse efectiva en el acto de mirar. Y entonces aparecen los actores en pose, como si fueran objetos de representación pictórica, que juegan (una vez más en el cine de Bressane) al amor. Mientras se mueven por un lugar edénico, encantado, ella lee partes del relato de Borges obedeciendo a una máxima: los lugares de enunciación se dan en situaciones de trance, de alucinación, alejados de la civilización. Pueden ser cuartos cerrados o campos abiertos pero jamás obedecen a una temporalidad definida. En esos marcos las pulsiones se liberan y el deseo se suelta creativamente para que la sensualidad y la sexualidad gobiernen sus actos, que van desde la mirada al roce como de la caricia a una fellatio a la cámara.
Bressane rescata de Borges un crimen. De repente la pareja acude a la casa de una mujer, un entorno burgués. Dos hacen el amor y uno mira. Y si el tres es un número importante, no será posible para siempre. Entonces, aquello que se ama también se mata. En el filme implica una ruptura y una consecuencia que obliga al cambio de locación como si los personajes hubieran sido expulsados del paraíso. En este segundo tramo los recorridos conducen a una típica escena borgeana en la que el director plasma con enorme sensibilidad: un horizonte al atardecer mientras suena un bolero. Se trata de un momento poético, de fuga radical, de un cineasta diletante. A esta altura el despojamiento es total, y el llamado al espectador es el de la selva del cine, el instinto primitivo de quedar embelesado por las imágenes y los sonidos. De eso se jacta fundamentalmente Garoto, y con orgullo.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant