Crítica: Salers (2014), de Fernando Domínguez

Salers (Argentina – 2014)

Dirección, Guion y Montaje: Fernando Domínguez / Producción: Natalia de la Vega / Fotografía: Javier Di Benedictis / Sonido: Alejandro Seba / Duración: 9 minutos.

RECUERDOS PARA CAPTURAR

Las imágenes, lejos de ser nítidas aparecen como duplicadas, los colores no están delimitados sino que cubren partes de varios objetos. Todo está desdibujado, en un juego de luces y sombras. Entonces, de repente, el conjunto se empieza a acelerar, cada vez con más intensidad, hasta que se pierden por completo las imágenes y se convierten en puntos. Un día él volvió a Salers…

Pero, ¿qué pasa en esa ciudad francesa oscura, encerrada en sí misma? Una pequeña comuna del departamento de Cantal, en Auvernia, situado al extremo montañoso homónimo donde nada puede definirse con claridad y adonde, de forma paradójica, los amantes van para jurarse amor eterno. La apropiación de lo abstracto y lo indescifrable son algunos de los elementos que maneja el director argentino Fernando Domínguez (75 habitaciones, 20 casas, 300 vacas y Guanajuato) en su cortometraje Salers.

Durante los nueve minutos, no hay una cámara fija sino más bien pareciera que se trata de una grabación del ámbito privado, de alguien mientras camina en un viaje turístico. Esta persona no se presenta nunca, sólo es una voz que cuenta sus experiencias cuando visita este sitio durante la ocupación nazi y algún tiempo después. Porque él, la voz, regresó. Y allí se marca un pequeño quiebre, casi imperceptible, cuando señala “un día volví a Salers”: las imágenes de colores amarillos, rojos, rosados, verdes se tornan un momento más apagadas, en las gamas de los grises, y adquieren cierta nitidez. Entonces, el testigo comenta que nada ha cambiado. Y los colores recuperan sus tonalidades vivas y las imágenes mantienen su falta de completa definición.

El sonido también contribuye a la creación de lo indeterminado, a partir de ruidos como metálicos o de respiración que aparecen de manera momentánea y en lapsos muy separados.

En su primera visita, una mujer loca llamada Mimí Ponson lo sigue mientras camina por la ciudad, como una especie de flâneur de las poesías de Charles Baudelaire. Pero Mimí también acechaba a otros hombres, tres en particular: Francisco Franco, Benito Mussolini y Adolf Hitler. ¿De qué manera? Les envía cartas, las cuales jamás obtienen respuesta. “Sr Mussolini: si usted viene a Salers yo no le abriría la puerta” o “Canciller Hitler: sus visitas causan placer no por su llegada sino por su partida”.

En su segundo viaje, la voz se pregunta por Mimí debido a la aparición de un nuevo loco y de otros paseos de sitios que quedaron destruidos, como algunos puentes, o por los que le recuerdan al pasado. Recordar, eso es lo importante. ¿Dónde estará Mimí? ¿Qué fue de su vida? Luego, la voz descubre que ella murió en la ciudad.

Domínguez enfoca su cuestionamiento no en la veracidad del recuerdo sino en la forma de poder captarlos y evocarlos; incluso, en el poder que tienen que posibilitan la duda o la ambigüedad. Por tal motivo, el director trabaja a partir de lo visual y sonoro como soportes de esa aprehensión. De esta forma, la voz en off sólo adquiere una identidad en los créditos (testimonio de Nicolás Rubió) y las imágenes percibidas no tienen contornos delimitados sino que todo se fusiona, se transforma, se evapora. De la misma manera que ese flâneur vagabundea sin rumbo fijo ni objetivo, sino por el simple hecho de dejarse llevar, como aquello que uno busca retener para volverlo inmortal y que, a veces, se distorsiona u oscurece, hasta escaparse de las manos.

Por Brenda Caletti
redaccion@cineramaplus.com.ar

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