Crítica: Viajo sola (2015), por Brenda Caletti

Viajo sola / Viaggio sola (Italia – 2015)

Dirección: Maria Sole Tognazzi / Guion: Ivan Cotroneo, Francesca Marziano y Maria Sole Tognazzi / Fotografía: Arnaldo Catinari / Edición: Walter Fasano / Música: Gabriele Roberto / Diseño de producción: Roberto De Angelis / Intérpretes: Margherita Buy, Stefano Accorsi, Fabrizia Sacchi, Gian Marco Tognazzi, Alessia Barela, Lesley Manville, Carolina Signore / Duración: 82 minutos.

SOLEDAD INALTERABLE

_ ¿Qué haces ahora? – le pregunta Andrea mientras espera a su cita.
_ Voy al cine.
_ ¿Con quién?
_ Yo, mi misma y yo – responde sarcástica Irene poniéndose el abrigo.
_ ¡Bello grupo! – ambos sonríen –. Lo entiendo por la tarde pero, ¿por la noche no te da tristeza?
_ ¿Por la tarde sí y por la noche no? Con el avance del día aumenta el grado de desesperación del individuo – le indica Irene mientras lo saluda y se va.

Ella promete explicarle a Andrea, su amigo y ex novio de hace 15 años,  el significado de la frase, pero tanto Irene como la película en sí misma parecieran quebrar dicho pacto. La primera, tal vez, por olvido; la segunda responde a la poca profundidad en el tratamiento del tema y de los personajes, sobre todo, la protagonista.

La directora Maria Sole Tognazzi busca resaltar la independencia y fortaleza femeninas con Irene: una mujer de más de 40 años, sin hijos y soltera abocada a su trabajo como inspectora encubierta en hoteles de cinco estrellas. Frente a ella coloca una serie de personajes o situaciones que cuestionan la elección de la protagonista o resaltan la autonomía de la mujer. Ya al comienzo, el jefe le comunica que otras dos agentes dejaron el trabajo para casarse y formar sus familias, los constantes reproches de su hermana, el escaso vínculo con las sobrinas o la inesperada relación de Andrea; todos condimentos que carecen de eficacia porque son tratados de manera ligera y hasta trivial convirtiéndose en algo efímero. Irene no simula un ideal femenino que elige su trabajo por sobre otras cosas; más bien parece que esa opción es la única con la cual se siente segura y confortable.

A lo largo de Viajo sola, la soledad funciona como parámetro de todos los personajes y se manifiesta de múltiples maneras: a Irene la envuelve en todas sus facetes (laborales y privadas, por ejemplo, el diálogo del inicio); en su hermana se presenta en la vida conyugal, ya sea porque no conversa con su esposo o por la falta de deseo sexual; en Andrea se manifiesta con el retraso del compromiso.

Si bien todas las variables se trazan durante el filme, ocurre lo mismo que con los personajes, es decir, quedan como suspendidas, poco profundizadas, tenues y su tratamiento es reemplazado por un mayor detalle de la cotidianidad o de los pasos que cumple Irene para llevar a cabo la inspección, donde interactúan las acciones, los objetos y la voz en off de ella con las preguntas que llena y/o revisa en los formularios.

Por último, tampoco se comprende la razón por la cual la directora  destaca un posible lazo entre Irene y dos pasajeros: el primero es un hombre con el cual comparte un día en el hotel; la segunda es una mujer que conoce en el sauna, que habla de la libertad de la mujer en todos sus aspectos. El problema no radica en la fugacidad de tales relaciones, sino en que todo posible cambio o influencia de ellos hacia Irene desaparece casi al instante y se evapora.

La promesa, entonces, se torna absurda dentro de un mundo inalterable y estructurado, donde cada aspecto se mide con  termómetros, guantes y respuestas amables, que completan el formulario de la perfección ejemplar y ficticia.

Por Brenda Caletti
@117Brenn

 

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