Crítica de TV: The Last Dance

The Last Dance (Estados Unidos – 2020)

Dirección: Jason Hehir / Producción: Nina Krstic, Matt Maxson, Jake Rogal, Alyson Sadofsky, Jon Weinbach / Fotografía: Thomas McCallum / Montaje: Chad Beck, Devin Concannon, Abhay Sofsky, Ben Sozanski / Intervienen: Michael Jordan, Phil Jackson, Scottie Pippen, Dennis Rodman, David Stern, Larry Bird, Carmen Electra, Magic Johnson, Barack Obama, Toni Kukoc, John Stockton, Charles Barkley, Kobe Bryant, Leonardo DiCaprio / Compañías productoras: ESPN Films, NBA Entertainment, Mandalay Sports Media (MSM), Netflix, ESPN / Episodios: 10 / Cadenas originales: ESPN, Netflix / Distribución en Latinoamérica: Netflix.

HUMANO, DEMASIADO HUMANO

En un movimiento comercial inédito para Netflix –tan inédito como la situación que vivimos— la serie que retrata el último torneo que Michael Jordan ganó con los Chicago Bulls se adelantó para casi coincidir con la cuarentena a nivel mundial. Los que somos fanáticos del basquet y vivimos la era Jordan, aguardamos esta serie con mucha ansiedad. No sólo por el objeto de la docu-serie sino, en espacial, por su extensión. Documentales de Jordan y los Chicago Bulls hay varios, algunos muy recomendables como Michael Jordan to the Max (Kempf, John y James Stern, 2000) o Come Fly with Me (David Gavant, 1989). Sin embargo, dada su extensión (mediometrajes) el fanático o incluso el apenas interesado en su figura se queda con gusto a poco. Unos escasos 45 minutos son poco para sintetizar incluso una pequeña parte de la carrera de la leyenda de la NBA, ese deportista que se convirtió en símbolo del basquet y de su liga, el que llevó a una marca (Nike) de ser una empresa en crecimiento a ser el gigante de la indumentaria que es hoy. Que The Last Dance cuente con 10 episodios es un hecho insólito casi para cualquier deportista y es entendible. Sólo una figura como Maradona puede equiparársele y probablemente no podamos encontrar otro que merezca tamaña producción.

La estructura episódica de la serie esconde otra estructura narrativa más amplia: a partir del relato pormenorizado del sexto anillo que gana Jordan con los Bulls, la docu-serie hace un repaso no sólo por la vida de MJ sino que, en pequeñas proporciones, también lo hace con las otras figuras que lo acompañaron en su último triunfo. Podríamos resumir grosso modo que entre la mitad y un tercio de cada capítulo está dedicado a la última temporada yendo y volviendo del pasado para ir narrando el camino que llevó a Jordan, los Bulls como institución y sus protagonistas a ese baile final. El equipo de Chicago gana tres torneos consecutivos entre 1991 y 1993 y luego otros tres entre el 96 y el 98. Esa distribución análoga de triunfos con el quiebre entre el 94 y el 95 –el retiro de su figura— ayuda a la lógica secuencial del relato.

A pesar de su vasta extensión, son muchas las decisiones que se tuvieron que tomar a la hora del montaje final: la controvertida ausencia de Juanita Vanoy, la nula referencia a los dos legendarios torneos de volcadas (87-88) que gana MJ, donde patentó la Air Jordan (volcar la pelota saltando desde la línea de tiros libres) o la obliteración de una figura fundamental del equipo (a pesar de bajísimo perfil) como Ron Harper. Avatares logísticos o incluso la negativa de los posibles entrevistados suele explicar estas ausencias, como la de Karl Malone, rival de peso en los dos últimos torneos de los Bulls.

El documental no ayuda en nada a la figura de Michael Jordan; bien por el contrario, numerosas veces se lo ve tiránico, ególatra y hasta como un traidor a sus hermanos negros cuando, para justificar la negativa a apoyar a un candidato negro demócrata esgrime “Los republicanos también compran zapatillas”. Su espíritu competitivo es, quizás sin intención, llevado al ridículo cuando damos cuenta de todas las veces que toca el pico de su rendimiento solamente porque un jugador lo miró mal, alguien lo criticó, otro se llevó un premio que consideraba suyo o sólo por hacer pagar un derecho de piso a alguien que ni siquiera había llegado al piso (el caso de Toni Kukoc). Esas miserias también parecen demostrar que el hombre (y la mujer) no está destinado a la grandeza y que solamente puede llegarse a ella prescindiendo de todo lo que nos hace seres humanos o quizás llevando al extremo los que nos hace tales.

Por Martín Miguel Pereira

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