Crítica: Cámara oscura (2017), de Javier Miquelez

Cámara oscura (Argentina – 2017)

Dirección, guion y producción: Javier Miquelez / Montaje: Gabriela Aparici / Fotografía: Javier Cortiellas / Sonido: Javier Ruiz / Duración: 61 minutos.

PROCESO DE SINGULARIDADES

En una época donde la democratización de las imágenes posibilita la multiplicidad de alcances, vistas, registros y autores, éstas se reconfiguran de manera permanente y en tiempos casi imperceptibles. Frente a tal locura de réplicas, el proceso en sí parece no tener lugar, mientras que los resultados se acumulan de forma increíble. ¿Cómo se resignifican? ¿Cuál es el circuito por el que transitan?

La ópera prima del director de fotografía Javier Miquelez intenta reponer esa ausencia a través del registro en blanco y negro de los procedimientos y duraciones en un recorrido arbitrario, que entremezcla constantemente estatuto y tiempo; dos variables subrayadas a lo largo de toda la película y vitales para su desarrollo.

El trayecto inicia con la selección de la portada de un catálogo, su recorte y la posterior captura por una cámara digital. Luego, se traspasa a una computadora y se toman fotos con una cámara analógica. Después del revelado, el protagonista –el propio Miquelez  funcional a las acciones– convierte los negativos en diapositivas, proyecta una en la pared y toma una cartulina para calcar la imagen. Por último, pinta el dibujo en capas.

Las constantes transformaciones de los soportes y el juego entre fotografía, cine y pintura no hacen más que reforzar la idea de la copia dentro de la copia. Puesto que ya desde el principio, la tapa seleccionada es un fragmento alterado y reproducido un sinnúmero de veces, sumado al recorte visual que el mismo protagonista realiza para elegir el encuadre y multiplicar el motivo. A pesar de ello, cada repetición intenta mostrar su singularidad desde la exploración de los límites y especificidades de cada soporte.

Ligado a esto, en Cámara oscura se propone una oscilación de las materialidades puesto que parte de aquellas más tangibles como el catálogo, el negativo, la diapositiva y la pintura hacia las etéreas como la imagen digital, la virtual y la proyección sobre la pared. El zigzag acentúa, en mayor medida, las variaciones por las que atraviesa la imagen.

Respecto al tiempo se distinguen dos etapas: una lineal, que tiene que ver con el proceso y la ejecución de las acciones, desdoblado entre un interior del departamento, pausado, y las escenas del movimiento exterior que aluden a ese transcurrir; otra cíclica, enmarcada al principio y final de la película así como en las insinuaciones del juego fotografía, cine y pintura.

La contemplación de la obra terminada reconfigura la totalidad del registro y el tiempo que había priorizado el desarrollo de la imagen se disuelve hasta tornarse, otra vez, sobre sí mismo. Como una copia. Como una copia, de la copia, de la copia.

Por Brenda Caletti
@117Brenn

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