Biutiful

Biutiful (México / España – 2010)

Dirección: Alejandro González Iñárritu / Guión: Alejandro González Iñárritu, Armando Bo y Nicolás Giacobone / Producción: Alejandro González Iñárritu, Fernando Bovaira y Jon Kilik / Música: Gustavo Santaolalla / Fotografía: Rodrigo Prieto / Montaje: Stephen Mirrione / Elenco: Javier Bardem, Maricel Álvarez, Eduard Fernández, Diaryatou Daff, Cheng Tai Shen, Luo Jin, Rubén Ochandiano, Karra Elejalde, Hanaa Bouchaib / Duración: 148 minutos

Confieso que he pecado. Yo he sido de los tantos que alimentaron el monstruo Alejandro González Iñárritu: Amores perros fue una película que en su momento me gustó mucho, y si bien hoy me gusta un poco menos, no dejo de reconocerle cierta energía y una estética interesante, que se me hace más honesta que el regodeo visual con el que actualmente el director mexicano construye su cine. Biutiful -que no es su peor película porque nada puede ser peor que Babel– vuelve los pasos sobre sus temáticas habituales: la muerte, los mundos sórdidos, la culpa, pero presenta una serie de novedades que no terminan por agregar nada. Iñárritu sigue sermoneando desde el descaro y con la cara de piedra más grande del mundo.

¿Cuál es el problema con Iñárritu? Pensemos en cómo él piensa el cine. Es verdad que tiene cierta imaginación visual para construir imágenes potentes, y en eso ayuda mucho su director de fotografía Rodrigo Pietro. Por eso, utilicemos un ejemplo de Biutiful, que tal vez no sea una imagen demasiado original pero no deja de ser poderosa: en la costa, arrastrados por el mar, aparecen un montón de cadáveres. A Iñárritu se le ocurre eso y lo filma, es bello, sí, pero el problema son todas las excusas argumentales que utiliza para llegar a esa imagen y lo que lo motiva a mostrarla. Efectivamente, en su cine, lo que molesta es el por qué de lo que se ve, antes que lo que se ve.

Biutiful es la historia de Uxbal (Javier Bardem), un padre con dos hijos pequeños y una esposa ausente aunque presente, un arribista que se encarga de contratar extranjeros ilegales para talleres de costura o venta callejera, coimear a la policía y, además, cobrar por un servicio de médium ya que se comunica con los recién muertos con el fin de tranquilizar a los deudos. Pero, para más detalles, ese padre se entera que tiene un cáncer terminal y que le quedan pocos meses de vida. Entonces, lo que se ve es cómo Uxbal intenta dejar las cosas más o menos acomodadas antes de su partida.

Aceptando que la combinación Iñárritu + cáncer no es la más feliz del mundo (y no evita mostrar orines sangrantes o a un Bardem con pañales), el problema de Biutiful no es sólo ese, sino que además hay muchas otras cosas accesorias e innecesarias que están pésimas. Antes que nada, el esteticismo para contar la sordidez es de miserables: mover la cámara innecesariamente para mostrar que una niña está llorando en otra parte de la casa mientras sus padres pelean, también es de miserables. Iñárritu hace esto, y mucho más. Si bien parece aquí abandonar el relato coral, Biutiful es de una falsa linealidad, ya que hay al menos dos subtramas con bastante importancia, en las cuales se muestra la problemática de la inmigración ilegal. Ni explicar lo que pasa con unos chinos y unas estufas: hay que ver para creer semejante cretinada.

Usted me dirá que estas cosas ocurren, que el mundo está lleno de oscuridad y sordidez. Puede ser. El inconveniente es para qué se muestra lo que se muestra, y cómo se lo hace. Iñárritu (y sus guionistas argentinos Armando Bo y Nicolás Giaccombe) construye un Uxbal que negocia, tranza, matonea, aprieta, pero que sin embargo se da el lujo de sermonear a todos los que se le cruzan. Y la película nunca hace evidente esa contradicción. En eso, Iñárritu se parece a Juan José Campanella. Al final, Biutiful es el drama de un padre que se está muriendo y que quiere dejar un recuerdo en sus hijos. El problema es que de sus 148 minutos, 120 se usan para hablar de Europa, del lumpenaje, de los chinos ilegales, de los africanos y de cómo Uxbal vive de todo esto pero no es culpable de nada. Luego, el mexicano cuenta mal y a las apuradas el drama familiar. Pecado mortal de Biutiful: nunca se logra que lo universal (el mundo en el que se mueve Uxbal) se imbrique con lo privado (Uxbal y su mujer, y sus hijos). Entonces, esas dos horas de Euro-trash resultan gratuitas, innecesarias, aleccionadoras, inútiles cuando lo que importa, al final, es ver cómo Uxbal llega al cielo. Por ejemplo: ¿para qué se comunica con los muertos? Uxbal podría haber sido panadero, ingeniero mecánico, heladero, dueño de una fábrica de pastas. Lo mismo daba.

Claro que si Iñárritu tiene una capacidad, es la de sacar actuaciones enérgicas (también, sabe filmar el movimiento: la única secuencia lograda del film es una estampida de vendedores ambulantes que huyen de la policía, que hace recordar a la fuerza cinética de Amores perros). Y Bardem está muy bien, aunque también lo están los pequeños Hanaa Bouchaib y Guillermo Estrella como los hijos de Uxbal. Si hay algo cercano a la emoción real en el film, es la actuación del español: contenido, compone a su personaje desde el físico, y su mirada es la mejor representación del dolor ante el adiós. Toda la honestidad que hay en su composición, es la que falta en el resto. Si algo molesta del cálculo del cine de Iñárritu es que lo hace sobre el dolor de los demás. Su cine mesiánico pide un pronto Apocalipsis para limpiar la mugre que es todo el mundo. Imposible narrativa como estéticamente, Biutiful es una demostración más de cómo el masoquismo es el único placer que se permite el espectador contemporáneo dentro de una sala de cine, sobre todo cuando se acerca a una película con ese dudo mote de “cine-arte”.

Pero lo que más podrido me tiene, no obstante, es que se han puesto de moda estos relatos que shockean y maltratan al espectador, para terminar con finales redentores que son un canto a la vida. Si para descubrir lo lindo que es vivir hay que atravesar todo esto, yo paso.

Mex Faliero
redaccion@cineramaplus.com.ar

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