Crítica: La más bella (2017), de Anne-Gaëlle Daval

La más bella / De plus belle (Francia / Bélgica – 2017)

Guion y dirección: Anne-Gaëlle Daval / Fotografía: Philippe Guilbert / Música: Alexis Rault / Intérpretes: Florence Foresti, Mathieu Kassovitz, Nicole Garcia, Jonathan Cohen, Olivia Bonamy, Norbert Ferrer, Sébastien Deux, Perrette Souplex, Lola Ingrid Le Roch y Josée Drevon / Duración: 97 minutos

VISIBILIZAR LA ESENCIA

“Mirense al espejo y digan lo que ven”. El pedido parece sencillo, cotidiano y hasta ingenuo, pero lo cierto es que ninguna mujer del grupo puede cumplirlo: algunas cierran los ojos, otras esquivan el reflejo, muchas echan un vistazo a las compañeras hasta que una de ellas se atreve. “Veo una vaca gorda, con piernas flácidas”. La docente le pide que cierre los ojos y vuelva a tocarse los muslos. La cámara acompaña la caricia y, casi de manera milagrosa, la misma voz contesta: “son suaves”. Atónita, lo repite una y otra vez contagiando a las demás para que realicen la prueba. Las manos comienzan a reconocer cada parte de los cuerpos en silencio; un momento íntimo que cumple la doble función de ser singular y colectivo al mismo tiempo. Entonces, una pequeña chispa que creían extinta brota desde el interior de cada una y empiezan a redescubrir su valor. Ese es el poder femenino.

Es que la ópera prima de Anne-Gaëlle Daval construye fuertemente y de manera natural ese vínculo inexplicable que se genera cuando mujeres desconocidas se reúnen para compartir alguna charla o actividad; un lazo de pertenencia, apoyo y entendimiento que alienta a superar los propios miedos y a reconocerse tanto en las singularidades como en comunidad. En este caso, ellas practican para realizar un “Full Monty” para familiares y amigos pero también para autoconocerse y explorar su femineidad. Todas ellas están quebradas de alguna forma y despojarse de la ropa implica no sólo quitarse los prejuicios y temores, sino también volverse visibiles para sí mismas.

El otro eje importante que aborda la película es la familia, más allá de posibles dinsfuncionalidades. Mientras que Lucie se apoya incondicionalmente en el hermano tanto como confidente como médico, la relación con la madre, la hermana y la hija oscila entre asperezas y acercamientos, en especial, la conversación con la madre cuando ésta toma su riguroso café.

La más bella podría dividirse en dos grandes partes: la primera ligada a la reinserción de la protagonista en la vida social tras superar el cáncer de mama, enfocada desde las tareas que desempeña en el regreso a la empresa familiar de flores como también en las salidas con Clovis, un hombre que conoció en un boliche cuando acompañaba a la hermana. La segunda prioriza su restablecimiento personal gracias al grupo de mujeres, a la práctica del striptease y a la forma de convivir con el cáncer y la soledad.

“Dicen que sólo la gente hermosa se mira al espejo. No es verdad. Los que se miran son los que no se quieren”, le confiesa Lucie a la madre y a la hermana mientras se retoca, una vez más, la peluca, el único objeto que le impide hallar confianza. El arte de desnudarse implica afrontar la propia vulnerabilidad frente al mundo y salir fortalecido. Como mirarse al espejo y desafiar el propio reflejo. Entonces, ¿qué ves?

Por Brenda Caletti
@117Brenn

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