La casa del colibrí / House of Hummingbird / Beolsae (Corea del Sur – 2018)
Busán 2018: Premio KNN y Premio NEPAC (al cine asiático)
Berlinale 2019: Grand Prix de la sección Generation 14plus
Festival Han Cine 2021 (Buenos Aires)
Dirección y Guion: Kim Bora / Música: Matija Strnisa / Fotografía: Kang Guk-Hyun / Intérpretes: Ji-hu Park, Jung In-gi, Kim Sae-byeok, Lee Seung-Yeon / Duración: 138 minutos.
VUELO TORMENTOSO
Si bien la entrada en la adolescencia suele ser compleja, la protagonista de La casa del colibrí sufre demasiado: padres y hermana ausentes, hermano que la golpea, mejor amiga que la traiciona y desaparece, novio que se aleja por influencias familiares, nueva amiga que se acerca con deseo, problema de salud delicado y una maestra que se vuelve su único sostén pero, sin previo aviso, la abandona. Ella aguanta en silencio semejante seguidilla y sólo se quiebra una vez, de espaldas a la cámara (sola otra vez), como si la carga resultara tan pesada para el espectador que ni siquiera pudiera mirarla. Pero, en realidad, ocurre lo contrario. Es la manera de construir el relato lo que impide que el público consiga acompañarla, al menos, desde las sombras; un formato basado en el encadenamiento de tensiones dramáticas que no se profundizan, sino que actúan por acumulación sin lograr climas o tonos. Todo queda como en un bloque macizo agobiante, cuyas capas superficiales no terminan de ser atravesadas, los personajes pierden fuerza y algunos interrogantes se mantienen suspendidos en el aire hasta extinguirse. ¿Por qué la madre no la escucha en varias ocasiones? ¿Cuál es el motivo de la huida de Yong-ji? ¿Cómo siente Eun-hee? ¿Qué valor desprenden los grafitis en las casas abandonadas?
En contraste con ese tratamiento, la directora compone tres momentos centrales del coming of age. El primero aborda el corte definitivo con la niñez. La joven salta sobre una cama elástica junto a la mejor amiga. Los movimientos parecen ralentizados, la toma está hecha en contrapicado, con colores pastel y cierta calidad analógica de la imagen. Una suerte de cápsula del tiempo en presente que busca retener lo más posible la inocencia y felicidad en estado puro, la nostalgia del crecimiento. El segundo la sitúa como adolescente. En una especie de fiesta –aunque no queda claro si están solas o no–, ella se acerca el micrófono a los labios para cantarle a Yuri Bae, la nueva amiga. El uso del primer plano para la boca sugiere dos lecturas: una sexual sostenida por la forma de registrar ese gesto y por el hecho de que la chica decide convertirse en su amiga porque se siente atraída; otra revolucionaria ya que uno de los profesores remarca que los karaokes corrompen a los estudiantes y, justamente, Eun-hee es elegida como la más problemática de la clase. Doble rebelión.
Y el tercero pone en crisis su mundo. En el living de la casa bañado por tonos oscuros, la adolescente de 14 años baila hasta el llanto de espaldas a cámara la canción que le recuerda a la maestra. Hay una fragilidad expuesta en ese cuerpo de niña-mujer que busca revelarse ante el silencio y ante tanto dolor y lo logra en soledad, entre las paredes que esconden numerosos secretos familiares.
Por último, Kim Bora busca jugar con la variación del registro temporal. Utiliza planos generales, zoom in/out o cambios de posición de la cámara para lograr un efecto de pausa, a veces hasta de sopor, como el modo de captar la entrada y cocina de la casa o el distanciamiento entre personajes, mientras que elige reproducir tres noticias por Televisión para trazar el transcurso del tiempo: el mundial de Estados Unidos 1994, la muerte del presidente de Corea del Norte y el derrumbe del puente Seongsu. Si bien las primeras no terminan de incidir en la historia y se centran en el ámbito internacional, la última provoca un cambio en la protagonista que la lleva a madurar muchísimo en un plazo acotado. La semilla que promete nuevos comienzos y maneras de relacionarse, tal vez menos dolorosos, en el vuelo hacia la adultez.
Por Brenda Caletti
@117Brenn