Crítica: Agosto (2019), de Armando Capó Ramos – Festival De Lima

Agosto (Cuba / Costa Rica / Francia – 2019), de Armando Capó Ramos
Festival de Cine de Lima: Competencia Ficción

Dirección: Armando Capó Ramos / Guion: Abel Arcos, Armando Capó Ramos / Producción: Marcela Esquivel, Claudia Olivera, Nathalie Trafford / Dirección de Fotografía: Javier Labrador Delafeu / Montaje: Juan Soto, Ariel Escalante / Música original: Álex Catona / Intérpretes: Damián González Guerrero, Lola Amores Rodríguez, Rafael Lahera Suárez, Verónica Lynn López, Glenda Delgado Domínguez, Alejandro Guerrero Machado, Luis Ernesto Barcenas, Tatiana Monge Herrera / Duración: 81 minutos.

La forma en que se articulan los recuerdos en el cine parece ser un elemento constitutivo de Agosto, película de Armando Capó que forma parte de la Competencia Ficción en el Festival de Lima. Y esa forma obedece más a una memoria sensitiva que a una reconstrucción histórica sostenida en la precisión o en la apertura de un debate en torno a los hechos referidos. Un recorrido inicial por un lugar abandonado en medio de una playa, anticipa ese itinerario marcado por fragmentos de tiempo antes que por un pasado completo en toda su dimensión. Carlitos, el protagonista, ha concluido el año escolar, y transita sus días en Gibara, en su casa (cerca de esas orillas desde las que escapan cubanos hacia EE.UU.), atiende las demandas de sus padres y, especialmente de la abuela, con quien mantiene una linda complicidad a pesar del estado vulnerable de la anciana. Estamos en 1994 (o mejor dicho, estamos en el recuerdo de 1994 en la isla según la evocación del director). Carlitos, Mandy y Elena son tres adolescentes con deseos, con curiosidad, que comparten sus días bajo el sol explorando lugares, jugando al despertar sexual mientras la tierra está paralizada. Y en sus incursiones chocan con el mundo de los adultos. Afuera están los que intentan huir y adentro las noticias (según qué radio se sintonice, se dice lo que cada uno quiere escuchar). Cortes de luz, tensiones en las calles y la muerte esperando en medio del mar para quienes no logren cruzar, amparados en la tenue esperanza de un paraíso que no es tal.

La película expone, no opina. Pero en esos silencios dice mucho. En cambio, prefiere indagar en cómo repercute la crisis en ese momento crucial de la adolescencia e interrumpen el calor de los relatos eróticos contados por la abuela, la indagación de su propio cuerpo, los primeros amores, las visitas a la sensual vecina, en cómo pueden convivir los destellos de felicidad con el control militar, la prohibición y los secretos de su propia casa, sobre todo en el plan que tiene su padre. Mientras ellos se focalizan en eso, Carlitos quiere ponerla. El único punto de fuga es ese lugar abandonado que visitan recurrentemente con Mandy y Elena. No obstante, a veces, se crece de golpe. Y un día, luego de que Carlitos ha espiado a otros, le toca espiar la partida de su propio padre. Ahora la tensión se multiplica, es sexual, es social, es política, pero también familiar. El itinerario de la escena inicial se resignifica y otro recorrido aleatorio sobreviene. Es un ímpetu el que habilita una partida donde se confirmarán algunos hechos que antes no se dieron en el devenir de lo cotidiano y esperable. Cuando el deseo guía un camino, no hay retorno. El Carlitos que ha pasado una noche de placeres encontrados en la playa con un grupo de virtuales refugiados, amanece en la arena solo, pero ya no es el mismo. Lo que viene, nadie lo sabe. Historia y cuerpo seguirán su itinerario casi por inercia. “Y qué vas a hacer Carli?, pregunta la madre. “Qué sé yo”, responde el chico.

Es totalmente entendible el planteo formal de la película, fundado sobre una percepción antes que sobre un discurso político. La intensidad de ese momento crítico para el país es atemperada con la mirada a los 14 años, en la soledad y la desazón, con la terrible incertidumbre de que el nombre de su padre aparezca en las listas diarias de balseros fallecidos. Que la historia transcurra en Gibara es un dato importante porque descentraliza la atención y se distingue de todas las historias en pantalla focalizadas en La Habana. Probablemente se le pueda adjudicar una falta de ritmo por momentos, como si no pudiera arrancar o reiterara varios procedimientos de películas similares. Pero pese a todo manifiesta una voluntad afectiva y personal atendible.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant

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