Timbuktu (Francia / Mauritania – 2014)
Dirección: Abderrahmane Sissako / Guion: Abderrahmane Sissako y Kessen Tall / Producción: Etienne comar y Sylvie Pialat / Música: Amin Bouhafa / Fotografía: Sofiane El Fani / Intérpretes: Ibrahim Ahmed, Toulou Kiki, Abel Jafri, Fatoumata Diawara, Hichem Yacoubi, Kettly Noël / Duración: 100 minutos.
DICOTOMÍA AUDIOVISUAL
El rebote de la pelota en cada escalón anuncia el castigo próximo: 20 latigazos por jugar al fútbol aún a sabiendas de su prohibición. Más tarde, dos equipos se retan a un picadito particular: sin pelota, los jóvenes se imaginan los pases, corren, intentan quitarla al rival y uno de ellos hace un gol de crack. El equipo se abraza y festeja la jugada, incluso se entrevé a un niño con la camiseta de Lionel Messi. Pero la euforia pronto debe ser medida pues a lo lejos se acerca un escuadrón armado. Entonces, los equipos simulan estar ejercitándose mientras la hazaña se torna recuerdo.
La clave de Timbuktú y del trabajo de su director Abderrahmane Sissako está puesta al servicio del contraste: es a partir de la oposición entre palabra e imagen o entre las mismas imágenes donde la película se constituye como la forma más cruda y brutal de denuncia y crítica; en la articulación de las acciones cotidianas y su vaciamiento, en una libertad pretendida, entre la ciudad armada y una carpa perdida en el desierto o dos personas enterradas casi en su totalidad salvo por la cabeza y a la espera de su punición o un pescador que acomoda la red en el agua.
De esta forma, las capturas de la opresión de sus habitantes, de la inmensidad del paisaje natural y de los discursos dominantes interactúan a lo largo de todo el filme para reforzar ciertos aspectos de una cultura encerrada sobre sí misma que, en ocasiones, se resigna o se le hace imposible escapar.
Tal es el caso de una mujer vendedora de pescado que es obligada a usar guantes. Ella no sólo se queja aduciendo que le resulta imposible hacer su trabajo con guantes, sino que hasta los desafía a que le corten las manos porque no usará la prenda. En otro momento de la película, la misma mujer comenta que quiere irse del lugar pero no puede.
Entonces, si bien son las armas y los discursos los que obligan a los habitantes a una vida casi ausente e, incluso, de cierta reclusión, la película evidencia otro poder que reposa en el valor de la contraposición, la cual no sólo otorga una suerte de voz de protesta, sino también de exhibición. Como aquellos resquicios donde una mujer desafía lo dominante o un joven carece del convencimiento del fanatismo para grabar un video con sus virtudes; allí, en esos ínfimos espacios Timbuktú se vuelve inmensa y repite la lógica del gol de crack.
Por Brenda Caletti