Western (Alemania / Bulgaria / Austria – 2017)
MDQFEST32: Competencia internacional
Dirección, Guion: Valeska Grisebach / Fotografía: Bernhard Keller / Montaje: Bettina Böhler / Dirección de arte: Beatrice Schultz / Sonido: Uve Haubig / Producción: Jonas Dornbach, Janine Jackowski, Maren Ade, Valeska Grisebach, Michel Merkt / Intérpretes: Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Syuleyman Alilov Letifov, Veneta Frangova, Vyara Borisova / Duración: 120 minutos.
La película de Grisebach no privilegia una historia sino un estado de situación, la exploración de un territorio donde parece prevalecer la ley del más fuerte. El universo retratado es masculino y el western como género es adoptado como tal para resignificar sus elementos estructurales e iconográficos. Ha sido y es tan noble esta modalidad para el séptimo arte que, a primera vista, todo lo que evoque su nombre parece estar bien, aunque en este caso el despojamiento sea la herramienta de la que se vale la directora para dejar fuera de campo algunas reglas básicas.
El protagonista (excepcional) es Meinhard, un tipo de rostro imperturbable, obrero de la construcción, que no se lleva muy bien con sus compañeros. Está siempre al margen y no participa necesariamente del primitivismo en que estos incurren y que se presenta como opción posible en el lugar que habitan circunstancialmente. Están construyendo un sistema hidráulico en un pueblo de Bulgaria, lugar que les resulta hostil. Sin embargo, Meinhard se las ingenia para cruzar frecuentemente la línea fronteriza e incursionar en las costumbres y rituales de los lugareños. Su condición de forastero solitario le otorga ciertos privilegios pero al mismo tiempo lo pone en peligro frente al recelo de sus pares y a la desconfianza de los otros. Hay una tensión y una incomodidad constantes que le sirven a la directora para excluir estallidos emocionales como acciones explosivas. La morosidad para captar el paisaje y los progresivos encuentros dilatan un final épico, legendario, para ofrecer el mejor segmento de la película, hacia el final, abierto como la geografía misma que funciona de marco. Pese a ese continuo trabajo de despojamiento, sutilmente se incorporan referencias que recrean tópicos y figuras del western (juegos de salón, desafíos, enfrentamientos, desplazamientos, demarcación de espacios, paisajes abiertos), pero también se habilita un eje interesante que, subterráneamente, configura la principal confrontación entre los dos hombres alemanes que forman parte de la construcción hidráulica. Se trata de sujetos que se mueven a partir del deseo. Uno (el jefe) de manera salvaje, carnal; el otro (Meinhard), movilizado por una misteriosa pulsión que lo lleva a regresar siempre al mismo lugar, ya sea por diversos intereses, amistad, amor o por orgullo. Ambos persiguen a una mujer, pero las consecuencias en uno y otro caso son diferentes.
Son varios los tramos en los que el protagonista nos recuerda los impasibles rostros de los héroes que dignificaron al género. Su trabajo es extraordinario porque física y gestualmente combina la tradición con un distanciamiento propio de directores como Fassbinder o Kluge. Hay un pasado familiar doloroso y una necesidad de afecto que no pueden ser compensadas más con el aislamiento o la posibilidad de vincularse afectivamente con los animales, sobre todo en un espacio donde la violencia simbólica imposibilita cualquier relación humana de intercambio.
Si hay algo que destierra la película es la falsa pintura de encuentros multiculturales que tanto deleitan a los papers académicos de turno. Los núcleos familiares de los lugareños son muy férreos y mantienen un cerco difícil de traspasar, pese a momentos donde la amistad se desarrolla como escenario posible. En todo caso, las relaciones que se establecen y que posibilitan los cruces entre ambos países pasan por el dinero o por el deseo sexual. Meinhard es un sujeto cuya ética se rige por el deseo en mundo de barbarie. Tal vez eso justifique el enigmático plano con el que cierra la película.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant