Crítica: Luna, una fábula siciliana (2017), de F. Grassadonia y A. Piazza

Luna, una fábula siciliana / Sicilian Ghost Story (Italia / Francia / Suiza – 2017)

Dirección y guion: Fabio Grassadonia y Antonio Piazza / Fotografía: Luca Bigazzi / Intérpretes: Julia Jedlikowska, Gaetano Fernandez, Corinne Musallari, Lorenzo Curcio, Andrea Falzone, Federico Finocchiaro, Vincenzo Amato, Filippo Luna / Duración: 122 minutos.

ESENCIAS RECONOCIDAS

Una superficie rocosa que se vislumbra en la mezcla de destellos dorados y en tonos tierra, el eco ensordecedor de una gota al caer y una cámara que se desplaza, por momentos, en forma envolvente y pausada sobre esa textura enigmática, atrapante y de dificultosa identificación. ¿Una cueva? ¿Un sótano? ¿Un sitio irreal? La respuesta se explicita en la última parte de Luna, una fábula siciliana, aunque las marcas estuvieron a la vista todo el tiempo. Pero el hecho de rastrearlas y volverlas reconocibles –este es sólo un ejemplo– se convierte en una de las propuestas principales de los directores italianos Fabio Grassadonia y Antonio Piazza a lo largo de esta película.

Para llevarlo a cabo, primero combinan el suspenso con la fantasía a través de la interacción de los numerosos motivos y el uso de los detalles que resignifican el pasaje de uno a otro en cada aparición y los vuelve un todo indivisible. Por ejemplo, las estrellas dibujadas en el sobre que le da Luna a Giuseppe y las luces de las linternas con las que ella y su amiga se comunican devenidas en pequeños puntos luminosos, el caballo que le remite al chico, el corte del pelo de varios personajes o el uso del azul (para teñirse, el agua, la noche y el veneno de las ratas), entre otros.

Luego lo acentúan a partir del juego de dos aspectos: por un lado, uno más ligado a lo psíquico a través de las pesadillas/ visiones/ imaginación de Luna –se alude a ellas pero jamás se les da un nombre específico–  que la conectan con la búsqueda del chico; por otro, uno asociado a los relatos orales y del imaginario popular que permiten identificar al bosque y al lago como espacios “mágicos”, misteriosos, sobrenaturales de los cuentos y las fábulas (el dibujo en la pared del cuarto de la joven termina por subrayarlo). De esta forma, los sitios actúan tanto como centros de contacto para el traspaso o fusión de los géneros como de comunicación entre las esencias de ambos adolescentes.

Si bien la película está dedicada a Guiseppe di Matteo, el hijo de 13 años del ex miembro de la Cosa Nostra Santino di Matteo, que estuvo secuestrado durante 779 días por la mafia en los años 90 como castigo por el arrepentimiento de su padre y la cooperación con la policía, los directores le imprimen un giro gracias al cambio constante de los universos, de los géneros y del condimento romántico –tal vez, un poco forzado por momentos– para mantener en vilo el transcurrir del secuestrado, del entorno, las conexiones y los intentos de hallazgo del paradero del joven.

“Para mí si sueñas con algo, significa que puede existir” le confiesa en la carta que él guarda como amuleto durante su cautiverio. En esa frase está la clave de Luna, una fábula siciliana porque, a final de cuentas, sueño y realidad devienen en ese todo indivisible; en el desafío de identificar y creer en las marcas que están al alcance de la vista.

Por Brenda Caletti
@117Brenn

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