Crítica: Las furias (2019), de Tamae Garateguy

Las furias (Argentina – 2019)
Estrenada en el Cine Gaumont.

Dirección: Tamae Garateguy / Guion: Diego A. Fleischer, basado en una idea de Guadalupe Docampo y Nicolás Goldschmidt / Fotografía: Pigu Gómez / Música: Sami Buccella / Sonido: Lucas Kalik / Montaje: Catalina Rincón, Ignacio Masllorens / Producción: Sofía Toro Pollicino, Tamae Garateguy, Jimena Monteoliva / Intérpretes: Guadalupe Docampo, Nicolás Goldschmidt, Susana Varela, Juan Palomino, Celina Demarchi, Daniel Aráoz, Federica Cafferata / Duración: 71 minutos.

Pareciera ser tarea fácil traducir un género nacido y criado en el corazón estadounidense como es el western a nuestras tierras. No solo porque lo paisajístico esté tan a mano; solo habría que reemplazar cactus por matas y el desierto de Texas por alguna estepa inhóspita de esas que abundan a lo largo del territorio, sino porque la historia que esconde el suelo argentino no difiere demasiado de la del país del norte. Nadie puede negar que el racismo en Argentina es un virus que existe desde su origen y que hasta el día de hoy sigue circulando impune por sus venas. Uno de los grandes logros de Tamae Garateguy está entonces en su capacidad de traer esas tensiones genealógicas al interior de un relato actual y no tanto, la acción mecánica de rellenar moldes con ingredientes autóctonos. Pero hay otros elementos que vuelven a Las Furias atractiva dejándola por encima de la media de las pocas películas nacionales de género que se estrenan. Por un lado, el gran poder visual, que guste o no, llama la atención, y por el otro, cierto gesto irreverente que la acerca al explotaition de esa camada de road movies noventeras adictas a las armas, a la ruta y a la fuga, y que le permite expandir a su modo y su capricho las fronteras genéricas.

Como herederos criollos del romance fugitivo de Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) el destino de Leónidas (Nicolás Goldschmidt) y Lourdes (Guadalupe Docampo) también está signado por la tragedia desde el momento en que ambos jóvenes rechazan los mandatos familiares. Mientras que él rompe con el linaje y la tradición del pueblo Harpe, ella se vuelve una herejía para su padre, un terrateniente machista y abusivo caricaturizado por un Daniel Araóz en plan patter family norteño. Es en esta tensión de clase donde Garateguy encuentra el espacio para hablar de temas que reverberan en la actualidad como son el arrebato de tierras a los pueblos originarios, la violencia de género y la represión policial. Envueltos entonces en una especie de amor shakesperiano, a la pareja no le queda otra que abandonar el pueblo pero en el intento Leónidas es sentenciado por un crimen que no cometió.

La película va a comenzar ahí donde termina la condena para después ir reconstruyendo desde extensos flashbacks las piezas faltantes de la historia. Ni bien lo vemos salir de la penitenciaria, inmediatamente el universo de la película adquiere un tono cobrizo y eléctrico, anticipando un escenario marcado por la sed de venganza. Entre pasado y presente hay siete años y un misterio que entre enredos y desvíos se va a ir revelando hasta llegar al porqué de la furia de Leónidas y Lourdes para con unos hombres que los persiguen. No van a pasar ni diez minutos que la hemoglobina ya enchastra la pantalla. Una muerte en clave gore descoloca y al no retomarse; salvo por una escenita más con cráneo destrozado por puerta de auto y hueco narrativo groso, da la sensación de estar ahí para satisfacer el antojo sangriento de la directora. Sin embargo, habrán otras decisiones como el conjuro místico indígena que toma prestado de Asesinos por naturaleza (Oliver Stone, 1994) o la coloración irreal de los cielos, que lejos de ser desvarío estéticos, cargan a Las Furias de un espíritu libérrimo y vuelven único a este western asfáltico y nacional.

Por Felix De Cunto
@felix_decunto

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