Crítica: La otra piel (2018), de Inés De Oliveira Cézar

La otra piel (Argentina – 2018)
20 BAFICI: Competencia Argentina – Premiere mundial

Dirección y Guion: Inés De Oliveira Cézar / Fotografía: Federico Bracken / Edición: Ana Poliak / Dirección de arte: Betania Rabino / Sonido: Fabio Pécoro / Producción: Saula Benavente, Ralf Tambke / Productora Ejecutiva: Saula Benavente / Elenco: María Figueras, Rafael Spregelburd, Pablo Seijó, Mónica Galán / Duración: 110 minutos.

Abril es una joven que se dedica con maneras artísticas y casi espirituales a la tarea del tatuaje, como bien dice el personaje “una forma primera de la escritura”. Vive con su pareja (Rafael Spregelbud) donde parece que el amor ya no reina. Él es director de teatro, dramaturgo y actor, y vive sumergido en los avatares de su tarea, la de la palabra.

La obra que despliega en sus pequeños ensayos es la misma que en la realidad conocemos de este autor : “La terquedad” – de la Heptalogía de Hyeronmus Bosch – obra reestrenada en Buenos Aires durante 2017.

El giro de la trama parece dispararse cuando Abril vive un encuentro amoroso fugaz, de final inconcluso e impreciso, y el desencuentro con su pareja se acentúa a la vez que otros elementos de su mundo interior parecen girar hacia otros caminos. Un día se marcha sin más, hacia las cálidas playas del sur de Brasil emprendiendo un viaje hacia si misma, silencioso y lleno de misterio para el espectador.

La trama nos deja ver en paralelo lo que ella ha dejado, su pareja, su madre, que sabe de su partida pero no de su destino, y vemos como discurren las pequeñas cosas que habitan acá tan lejos de su nueva vida y su búsqueda personal en otras tierras y con otros personajes.

La propuesta estética y narrativa más contundente de este filme es que los textos, como los recitados por el mismo Spregelbud, atraviesan distintos momentos, diversas escenas e imágenes resignificando, o al menos eso intenta, con las reflexiones que las palabras traen a la pantalla, queriendo llevar el relato a un terreno de introspección y poética.

Los pasajes de la obra “La terquedad” inteligentes y complejos, no encuentran en esta historia un terreno ni muy firme ni muy rico, por lo que a veces las frases funcionan como una suerte de ilustración de lo que vemos, un intento de explicar algo, o de dar sentido a lo que pareciera no tener mucho cuerpo, cinematográficamente hablando.

Abril conoce en estos páramos lejanos, diversos personajes pequeños de color local: una anciana, el dueño de un bar, un hombre nuevo y una casa que renta con vista al mar.

En el desarrollo de los nuevos vínculos, acontecimientos, imprevistos y otros avatares, Abril avanza de escena en escena como si hallara en esa vaguedad las respuestas que esperaba encontrar.

Lo que se haya intentado transmitir del mundo interior de esta joven mujer, llega de a retazos y con poca fuerza expresiva, donde navegamos entre una voluntad de ir hacia una narración profunda y una liviandad bonita en la pantalla.

Si hablamos de estar en la piel de… se impone una sensación de quedarnos en la epidermis del personaje, en esa sensación erotizada de la superficie del cuerpo que busca mudar de envase como una oruga.

Si hay algo que no nos atraviesa es la sensación esencial de que algo de esa mutación sea posible ante nuestros ojos.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria

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