Crítica: Desobediencia (2017), de Sebastián Lelio

Desobediencia / Disobedience (Reino Unido / Estados Unidos / Irlanda – 2017)
TIFF Toronto 2017: Presentación Especial – Premiere Mundial
Festival de Gotemburgo 2018: Competencia oficial – Premiere Europea
BAFICI 20: Sección Trayectorias

Dirección: Sebastián Lelio / Guion: Sebastián Lelio, Rebecca Lenkiewicz / Fotografía: Danny Cohen / Edición: Nathan Nugent / Producción: Rachel Weisz, Ed Guiney, Frida Torresblanco / Intérpretes: Rachel Weisz, Rachel McAdams, Alessandro Nivola / Duración: 114 minutos.

Este filme es el ingreso del realizador chileno Santiago Lelio al mercado de habla inglesa, basado en la novela homónima de Naomi Alderman, cuya adaptación fue tarea del mismo director junto a Rebecca Lenkiewicz, conocida por el guión del filme Ida (2013).

Como es de esperar en una película de Lelio, que ya marcó estilo y temática en otras producciones como Gloria (2014) y Una mujer fantástica (2017), nuevamente centra la narración en la figura de dos mujeres en conflicto con ciertos aspectos de su identidad, y que se presentan atravesadas por tres temas comunes: la condición de marginalidad, la relación crítica con el “deber ser” y la re definición de su identidad.

Desobediencia, el título en castellano, es una palabra muy acertada, ya que nos refiere a la idea de poner bajo la lupa el concepto de obediencia que muchas veces necesitamos tomar como valor positivo cuando puede ser la destrucción de la propia condición de libertad de un individuo.

La obediencia funciona como forma de inserción social, familiar y cultural. Desobediencia será en todo caso para Lelio y los personajes algo que pone en crisis al sujeto y lo enfrenta a una condición esencial: el libre albedrío.

La trama nos presenta a Ronit (Rachel Weiz) que regresa al barrio judío ortodoxo de Londres de donde es oriunda al enterarse de que su padre (el Rabino) de quien se ha alejado hace décadas, ha fallecido. Ella, que vive en Nueva York y está fuera de toda la mística y la vida de la colectividad se reencuentra con dos personas de gran importancia en su pasado que serán los que le den un espacio para poder hacer allí, en el epicentro del barrio judío, el duelo que necesita. En Londres están Esti (Rachel McAdams) y Dovid (Alessandro Nivola) su esposo y discípulo del Rabino.

Es muy interesante relacionarse a estas tres figuras: un matrimonio judío que vive bajo los mandatos de la religión y una mujer soltera de sangre judía que ha roto sus lazos con la familia y el credo. Pero en su juventud ellos fueron íntimos amigos, y la sensación de que entre Dovid y Ronit hay un pasado amoroso aún se respira en aire, es algo que nos acompaña por un buen tramo del filme.

Más tarde descubriremos que entre Ronit y Esti hay una historia de amistad e inclusive de ciertos deseos sexuales adolescentes que debieron dejar en el olvido. Ambas se criaron en estos modelos patriarcales y de fuertísimo arraigo cultural en nuestra historia, aún cuando no seamos de la colectividad ni practiquemos sus liturgias hay muchas condiciones de jerarquías, roles y prohibiciones que han sido parte de la historia occidental.

Esti y Ronit parecerían, si las miráramos superficialmente, dos mujeres opuestas y por otra parte hasta podríamos creer que una es más libre que otra, pero si nos acercamos a sus individualidades podemos observar cuanto se parecen.

Ambas son de alguna manera “sujetos del margen” que es esa construcción que suele reconocer muy bien Sebastián Lelio donde la marginalidad del sujeto femenino se presenta en la mujer que está dentro del sistema, y no afuera. O sea está en un margen, en el borde de la hoja y como dice Esti en una escena “lleva el apellido de su marido haciendo desaparecer todo su pasado”.

¿El tema del libre albedrío tironea su lugar frente a la idea de condición marginal? No exactamente. Más bien por el contrario termina siendo en esta historia, su salvoconducto.

La trama luego de una hora de película comienza a sentirse forzada, claramente la novela ha marcado un camino y este sendero conduce a un desarrollo final lleno de lugares comunes y afirmaciones enfáticas sobre temas que más bien necesitan de una paleta de grises y puestas en duda, nada de certezas implacables.

Es la historia que encabezan Esti y Ronit la que es empujada a una extrema obviedad que atenta contra toda sutileza narrativa. Aun así, una escena de intimidad que dará para muchos comentarios, vale más por lo bien filmada que por el valor dramático, aunque la película no exigía una escena de tono tan audaz si luego no tendría tela para soportar con altura las consecuencias sin caer en el cliché.

No puedo negar que la actriz canadiense Rachel McAdams, en el papel de joven casada y ortodoxa, despliega una artillería actoral impecable y sorprendente. Sus miradas, sus silencios, una gestualidad cuidada manejan muy bien esta tensión volcánica a punto de estallar.

El personaje de Dovid tiene también muchos momentos atractivos, es tan creíble en su rol, tan natural en su composición que su coherencia de carácter, aún en sus más sensibles contradicciones lo hacen de una solidez singular.

La factura no es la mejor para este primer paso en el mercado anglosajón, aun cuando fue muy bien recibida en el Festival de Toronto no tiene la pluma fina, ni la cámara exquisita de sus producciones chilenas que sin duda son su marca de fuego.

Por Victoria Leven
@levenvictoria

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