Crítica: Amor de Vinilo (2018), de Jesse Peretz

Amor de Vinilo / Juliet, Naked (Estados Unidos – 2018)

Dirección: Jesse Peretz / Guion: Evgenia Peretz, Jim Taylor, Tamara Jenkins; Basado en la novela «Juliet, desnuda» de Nick Hornby / Producción: Judd Apatow, Albert Berger, Barry Mendel, Jeffrey Soros / Música original: Nathan Larson / Fotografía: Remi Adefarasin / Montaje: Sabine Hoffman, Robert Nassau / Diseño de producción: Sarah Finlay / Dirección de arte: Caroline Barclay / Intérpretes: Chris O’Dowd, Rose Byrne, Ethan Hawke, Kitty O’Beirne, Lily Brazier, Ko Iwagami, Lily Newmark, Denise Gough, Phil Davis, Eleanor Matsuura / Duración: 97 minutos.

En el nuevo largometraje de Jesse Peretz, la nostalgia es la médula que sostiene las emociones de sus protagonistas y a la vez, es el propulsor para la concreción de ese obsequio tan gratificante que tiene casi toda comedia romántica: las segundas oportunidades. Sin embargo, hay un filme en especial con el que Amor de Vinilo funciona como su hermanita menor. Me refiero a Alta fidelidad (2000). Basado también en una novela del escritor inglés Nick Hornby, aquel filme retrataba el despecho de un vendedor de discos –interpretado por John Cusack- causada por su melomanía obsesiva y su comportamiento inmaduro, y cómo éste se las ingeniaba para recuperar a su novia. Acá el inicio es parecido. Otra vez el hombre de mediana edad, adolescente pero casi calvo, que pone más atención a las melodías de un cantautor que en la presencia de su mujer. Duncan (Chris O’Dowd) es el nombre de este profesor inglés, pretencioso y snob, patológicamente fanático de un tal Tucker Crowe, cantautor estadounidense apócrifo y según los mitos, ya muerto; sobre el que se sienta a discutir con desconocidos en el foro que él mismo administra en el ciberespacio. Mientras tanto, Annie (Rose Byrne), lleva ya dos décadas aparentando comodidad y cediendo ante los caprichos y decisiones egoístas de su marido al punto tal que la idea de tener hijos es un archivo arrojado hace tiempo a la papelera –y no la de reciclaje.

Un comentario anónimo de Annie en el blog germinará en una relación a distancia con el mismísimo artista de culto y conducirá a la conformación de un interesante triángulo amoroso. Mucho mail, mucho mensaje de texto, mucho amorío tecnológico que por momentos obliga a la película a caer en un estatismo plano contra plano. Después, la aparición en carne y hueso de Crowe en Londres cambiará absolutamente todo. Si bien se pudo haber caído en el típico perfil del fracasado, analizando el modo en que Duncan logra hacer buena letra para recuperar a su pareja. Por suerte no hay nada de eso, ni siquiera la paradoja en la que se ve atrapado produce la menor empatía. El foco se desplaza entonces a la búsqueda de identidad de Crowe (interpretado por un Ethan Hawke tan arrogante como atractivo) quien, ya algo deteriorado de salud y alejado por completo de la industria musical, se las ingenia para criar a su hijito en el garaje de su ex esposa. Mejor dicho, a uno de sus tantos hijos. Con el transcurrir del filme irán apareciendo otros más, incluso nacerá un nieto, como para que quede claro que de su pasado quedaron inéditas otras cosas además de sus canciones. Al parecer, música y compromiso no van de la mano, ni para el oyente, ni para el que la hace. Si los futuros perdidos son imposibles de recuperar, aunque sea habrá que resignificar el presente. Y para eso está el personaje de Annie. Para secundarlo en la tragicómica odisea por cada uno de sus conflictos familiares y quién sabe, tal vez, el día mañana también esté para compartir otra historia melosa de encuentros y desencuentros como la que el actor supo tener con Julie Delpy en la famosa trilogía de Richard Linklater.

Por Felix De Cunto
@felix_decunto

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